CAPÍTULO SEGUNDO |
Aquellos
tiempos de niña
en un pequeño lugar,
recorría la campiña
y así podía
soñar.
Lía
AQUELLOS
TIEMPOS DE NIÑA...
EN AQUEL PEQUEÑO LUGAR...
Un día antes de conocer a Blas, Lis se puso
a pensar y a recordar, sus tiempos de niña en aquel pequeño lugar, donde su
capullo se abrió en el tronco de aquel rosal que con amor lo cuidó, hasta que
su carita feliz asomó y lo grande del mundo a sus pies se esparramó.
A partir de ahí, una vida la esperó, para
vivir, para pensar y soñar y también imaginar, aquello que le pareció y que en
su capullo escondida, alguna vez ya imaginó.
Aquellos tiempos fueron felices, dulces y
soñadores. “Cabezuda” como la que más, pero también, mimada y mimosa, pendiente
de ella el personal, y ella feliz y linda como una rosa.
Luego llegó la adolescencia y cambió la
dulzura por el aprender más. Se implantó la sabiduría y medio mundo recorrió,
persiguiendo ciencia, saber y técnicas de vivir la vida y también el saber
estar, con modales, elegancia y mucha, mucha tontería.
Aprendió un montón de cosas que le
sirvieron para vivir independiente, para manejar dinero, para conocer el mundo
y a sus gentes, para vivir fuera de aquel “rincón”, para ver el cielo nublado y
conocer la ruindad de las gentes. Para tratar con la gente “elegante”, para ser
educada y olvidarte de la necesidad de los
menos inteligentes. Y para que se yo..., para multitud de cosas más que
te ayudan a pasar la vida siendo ¿feliz?,
pero sólo tú y en tiempo presente.
Fueron también buenos tiempos. Lis era una
adolescente, ignorante, pero adolescente
y se comía el mundo y el mundo la tenía como amiga y ella se creía el
centro del universo.
En ese recorrer, un día, por arte del buen
hacer, Lis conoció a Blas y como que un
poco se le paró el reloj , el reloj de aquel correr y funcionó el sentimiento.
Eran dos personas distintas, pensares
distintos, personalidades distintas, educaciones distintas, todo, todo distinto
para ensamblar. ¿Cómo se juntaba aquello?...
LIS veía la vida con alas. Alas que la transportaban a lugares
preciosos y coloristas, donde no había un roto, porque siempre estaba aquella
“buena modista” que reparaba el desperfecto, y otra vez a soñar y a volar y a
salir de lo que no gustaba y lo que no gustaba a tirar y al día siguiente se
volvía a enamorar de tantas y tantas cosas... Cosas que le decían:
_Aquí estamos otra vez. Nos coges y a soñar
y a querer.
BLAS era más del mundo real y práctico, Contaba los duros como si en ello le fuera el mundo y el mundo
se lo pusiera cada vez más duro,.A Blas le tenía muy preocupado eso del dinero.
Y si le faltaba ¿qué?... Que ¿y qué?. Para eso tenía Lis la imaginación. Si
había dinero se gastaba y a correr. Y si no, se podía uno imaginar... y
trasladar a un nacer cálido y tropical donde no hacía falta el dinero, ni
contar con el que mañana vendrá. Allí sólo era preciso mirar al mar, subirte a
una ola y lejos, muy lejos, volar y amar.
Pero BLAS, eso no lo entendía y en su
mundo real se mantenía y trataba por todos
los medios de meter en el a Lis. ¿Se la
imaginan ustedes?. ¡A Lis contando los duros!
Eso sería una cruel villanía.
Más de cuatro broncas se organizaban por no
querer entender, cual era lo más lógico:
_¿Pensar o imaginar?
_Saltar vivir y correr o vivir atado.
Pero, ¿cómo se puede eso entender...?
Fueron pasando los tiempos y llegaban otros
en los que se separaban. Los dos tenían familias que vivían distantes y tenían
que contar con ellas,, porque también con ellos habían contado, ellas, antes.
Lis marchaba feliz (porque hay que
reconocer que Lis era feliz, aquí, allá, hoy, ayer y cuando tuviera que ser).
En su pueblo y con su gente se acoplaba y un verano y otro hacía hasta de
aprendiz con los suyos, sus amigos y hasta incluso en ocasiones, la trataban
como a los ignorantes, un poco o un mucho de “infeliz”.
Se acordaba mucho de Blas, pero pensaba:
_Aquí estoy poco tiempo y el que estoy,
tengo que aprovecharlo y sentir y llevar conmigo hasta el último sentimiento.
La pandilla era un elemento muy importante
en su vida y la disfrutaba hasta el último momento
Nunca se olvidaría Lis de los ratos que
pasaban “escapados”, de merienda y con el tocadiscos a cuestas,
. ¡Qué
hay que ver!, con el sol, no quedaba sano ni un solo disco. Todos doblados y
amontonados dentro de alguna cesta.
Con todas estas historias, a Lis, casi no
le quedaba tiempo ni para escribir a Blas que lógicamente protestaba. Porque
eso si, puntualmente, escribía casi todos los días y lis pensaba:
_¿Cómo lo hará?.
Si ella no tenía tiempo, algunos días ni
para desayunar.
Fue un bonito verano, en el que Lis conoció
el valor de la amistad, el sentido de un amigo, el sentir de la realidad, la
existencia de un vecino y el calor de la verdad. Allí se enamoró de su pueblo,
de sus amigos, de su pandilla y de esa claridad que tiene el sentirse bien, y
olvidar los problemas y la falsa realidad.
Y es que Lis se sentía bien con poca cosa,
o con mucha, según se entienda o se pueda apreciar. ¡ Cuántas mentiras
contaban! para en realidad tapar, todas las correrías inocentes, pero que al
final , iban a traer más de una particularidad.
Pero Lis era feliz. Solo tenía un
problema. Se acordaba mucho de Blas y de que haría y con quién estaría y,
llegados a este punto fruncía el entrecejo y las cosas se le torcían.
Lis no era celosa, pero el punto aquel...
se le antojaba y se le oscurecía.
Un día mientras desayunaba, y todavía algo
dormida, el cartero le dejó un largo y bonito recado, en el que con la punta del aire, Blas
contento , le decía:
_El sábado voy a verte y, de paso, te voy
a dar una sorpresa, además de quererte.
Aquí despertó Lis de golpe y, rápidamente
se puso a preparar la visita. ¡Faltaban dos días! y se le antojaron...
Por
un lado, nada de tiempo. Tenía que buscar que se ponía. También tenía que estar
guapa y avisar a toda la mocedad de quien venía.
Por otro lado era un montón de tiempo,
porque se le amontonaban las horas. ¿Cuándo pasarían los días?, ¿cuándo llegaría
Blas?, su imaginación le plastificaba el momento.
Empezó a preparar cosas, que una vez
hechas, las desechaba. Ayudaba en las tareas de casa y, ¡hasta fregaba!.
Incluso hacía favores y, alguna camisa que otra planchaba. Y todo lo hacía
alegre y también cantaba.
En su casa mucho no se extrañaban, porque
Lis siempre fue imprevisible y, aquello dentro de lo ¿normal? en ella entraba.
De la visita no dijo nada; hasta el sábado
a la mañana. Solo su muñeca, sabía todo lo que se avecinaba.
_¿Por cierto?. ¿No se lo he dicho?. Lis
tenía una muñeca que era algo así como su segunda alma.
El sábado se levantó pronto, se pintó
(aunque Lis, siempre estaba guapa) y se acicaló y se puso de punta en blanco.
La gente se extrañó y, empezó a hablar y a hablar, de lo que su amor y ella
iban a hacer ese fin de semana.
Nadie dijo ni pío, y aunque lo hicieran,
iba a ser valdío, porque Lis, tenía el programa trazado y no permitió que nadie
se lo torciera, ni siquiera , con la noche, el rocío.
Llegó la hora por fin, y también llegó su
amor y ¿saben ustedes lo que también llegó?; llegó la “sorpresa” para Lis, que
casi muda se quedó. La sorpresa era un coche, un precioso coche, pequeño y utilitario, pero a Lis le pareció... como
el mercedes del Rey; lindo, lujoso y hasta casi blindado.
Era blanco como una paloma, la paloma que
Lis sentía en sus sueños, cuando la nieve del invierno cubría de algodón los
campos, y ella veía la paloma y el algodón debajo de su ventana y en su pueblo,
como un manto blanco.
Lis se colgó de su Blas y con él, se metió
en el coche. Con él también recorrió los caminos y calles de su pueblo y
entorno y hasta casi se imaginó, que era una princesa y la princesa tenía un
amor y su amor era su lindo y apuesto chófer.
Nunca se le olvidaría a Lis ese fin de
semana. Sus amigos le preguntaban:
_¿Y quién es éste?
Y ella respondía:
_La mitad de la sorpresa, la otra, la
conocereis en su día, o quizá mañana.
Su pandilla, en cambio no se extrañó
porque conocían a Lis y sabían que ella era así
Pero si que hubo sus comentarios, a los que
Lis respondía:
_¿Os gusta?. Es mejor que sí, porque vais a
tener que como uno más, aceptarlo.
Hubo de todo. Unos, desde el principio lo
aceptaron y otros tuvieron sus más y sus menos, pero al final acabaron
claudicando. Lo importante era la felicidad de Lis, y parecía que al fin había
llegado.
Ese fin de semana se esfumó, e hizo hueco
en una nube de ensueño, a la que miraba Lis cada mañana y a la que dirigía sus
pensamientos y luego con su muñeca charlaba. ¡Aquellos eran tiempos felices!, y
podían durar... todo lo que ella se imaginaba.
Aquel verano fue inolvidable. Lis creyó que
había tocado el cielo y un halo de olor
la acompañaba. Su amor olía a miel y ni por lo más remoto se imaginaba que,
algún día aquello tendría un final y que a lo mejor, como un clavel se mustia,
así iba a quedar aquel olor tan especial.
Se acabó la visita y casi se acabó el
verano. Pero todavía Lis aprovechó los días para correr aventuras con su panda,
y también, para alguna que otra vez, reñir con sus hermanos.
En casa de Lis la gente era tranquila, por
eso no entendían mucho su forma de ser, aunque ya estaban acostumbrados, y
hasta algunas veces, si las cosas se ponían serias (que se ponían), sus
hermanos, también la defendían. Ni ella misma sabía por qué era así, pero era.
En una de estas aventuras, un día
cualquiera de la última semana de las vacaciones, Lis se escapó con su pandilla
a un lugar precioso que había más allá, más lejos de su pueblo y de su casa.
Era un pueblecito pequeño, a la orilla del monte y con sus gentes. De camino
por el monte, se esparcían los árboles, los arbustos, las zarzas, las flores
silvestres y las amapolas; hasta llegar a un descampado donde la hierba era
bajita, reía el agua de un río, hacían cabriolas los peces, brillaban las
piedras y sonreían las margaritas.
Allí instalaron el campamento. Con un viejo
tocadiscos, bocadillos, refrescos sin nevera y calor, mucho calor. Fueron
felices, se divirtieron como ellos sabían hacerlo, se olvidaron del mundo,
bailaron y, en su diversión, los peces del río y los pájaros del cielo se
pararon y les cantaron una canción.
El paisaje bucólico, desapareció cuando
llegaron a casa. A Lis le esperaba un buen castigo, bien pensado y planeado,
pero cuando llegó y puso angelical su cara, el castigo de desvaneció. Hubo
cabreo generalizado,`pero calladita se durmió, y al día siguiente despertó con
su muñeca, guapa, lista, linda y acicalada, y después de desayunar, de paseo se
marchó.
Así llegó el final del verano y otra vez a
trabajar. Algo de pena tenía, pero se puso otra vez a imaginar…aquellos paseos
por la ría, aquellos besos llenos de melancolía y hasta aquellos vinos, de bar
en bar, que de la mano de su más amigo recorría, día a día, al final de su
azaroso trabajar.
Y entonces aquello le parecía otra vida y,
deseando estaba que llegara aquello que a ella le parecía del más allá.
Y el final llegó, porque todo llega en esta
vida. Otra vez, las maletas, rumbo puesto ¿a dónde?... a la “conchinchina”, si
al término de ese rumbo, estaba quien tenía que estar. Y Lis sabía que estaría.
Un Momento |
El verano tocó fin
y se impuso la razón,
el trabajo y su patrón
borraron el colorín.
Quedó lejos el jardín
Quedó lejos el jardín
y también aquel
rincón,
donde juntó la pasión
a
la flor con el jazmín.
Pero fue tras el cristal
Y el ligero movimiento,
Y el final de lo estival.
Los que sonaron el cuento
Que llegaba magistral,
Y dio vida a este momento.
te felicito porque demás de ser una historia hermosa, la has escrito de esta forma que no es nada sencilla y que requiere de una mente talentosa para que tenga el ritmo y la fluidez necesarios, gracias por compartir tu talento xoxo, eliz
ResponderEliminarMuchas gracias Eliz.
ResponderEliminarSupongo que esta manera de escribir la prosa, son las tendencias que me llegan de mi alma de poeta.
Y tb supongo que para entenderla, se necesita una mente inteligente como la tuya y un alma sensible como la que, a través de tus líneas, manifiestas.
Un abrazo grande.