sábado, 9 de febrero de 2013





CAPÍTULO CUARTO
 


                             Para hablar con la imaginación
                             se necesita mandar a la mente,
                             y juntar la línea y la dimensión
                             entre tu mundo y el que está presente.
                            
                                                                                   Lía





             El autor del cuadro es el pintor, "JOSE ÁNGEL RUIZ GONZÁLEZ" 
            Es la representación en pintura de una de las montañas del Anapurna.
             Elegí, precisamente este porque me pareció que allí , en en la cima de esa montaña, seguro, seguro que la línea y la dimensión del mundo, están presentes.


  



                                            El trabajo, los amigos y la diversión
         Así cerró Lis una etapa de su vida y abrió otra, abrió otra etapa, pero cerró su corazón, a todo lo que no fuera de este mundo, Y un poco también cerró su imaginación. Ya no se le ocurrían cosas lindas y llegó a la conclusión de que para escribirlas feas y heladas, ni siquiera tendría que haber ocasión.
         Así se dedicó a su trabajo, a sus amigos y también a la diversión, que antes ya practicaba, pero ahora tenía que tomar una nueva dimensión.
         Lis no se amilanó, y trató por todos los medios de no perder, con el mundo, la comunicación. Se dedicó a comprar cosas que no sabía muy bien para qué servían, pero así entretenía su pensamiento y su imaginación. Siempre había en su casa un objeto que era digno de admiración, y hacia él dirigía Lis sus miradas, cuando del trabajo llegaba y ya tenía poca opción. Ese objeto era el teléfono... Si Blas llamaba... Si Blas se acordaba... Pero al pronto esos pensamientos los desechaba, porque sino, la reñía su amigo el sol. A la calle se iba a pasear, a mirar o a sabe Dios que. El caso es que siempre se encontraba algo, o a alguien con quien poder pasar esas horas, que antes, pasaban en un “tris”, y ahora no parecían terminar.
         Un día, cuando llegó a casa, estaba encendida la  luz del contestador. No supo por qué , pero el caso es que se echó a temblar, y casi no acertaba a escuchar. ¡Era un mensaje de Blas!. ¡Había llamado!. ¡Y la quería ver!. Pero al momento se volvió a cabrear:
         ¿Por qué Blas llamaba cuando sabía que ella no iba a estar?. Se fue cabreando cada vez más, hasta que su amigo el sol le guiñó un ojo y le dijo:
         _Pero te llamó... Coge el mensaje y vete con él. No le chilles, ni le armes bronca, ni dejes que te la arme él. Pero arregla lo que liasteis, porque si no, no te vas a desprender de su recuerdo, ni de él.
         Lis frunció el entrecejo y se dijo:
         _Pero ¿cómo mi amigo sabe de máquinas, teléfonos y mensajes?.
         Lo pensó un par de veces, vio una luz amarilla en su nariz y se volvió a decir:
         _Mi amigo el sol sabe de todo.
         Así y todo, miró de reojo a su amigo, pero obedeció. Se arregló, se pintó, vistió sus mejores galas (tampoco es que tuviera muchas, pero...sabía usar las que tenía) y al encuentro de Blas se dirigió.
         Y ¡Menudo encuentro!. Ni hola se dijeron. Ninguno de los dos habló. Lis pasó revista a lo que se veía de Blas, y ni pío. Más de cuatro cosas no le gustaron, pero se las aguantó, Y más de cuatro cosas se le ocurrieron para decirle, pero dentro muy dentro las encerró, no se fuera a enterar el sol, y según era de indiscreto, a Blas, se las dijera y más y mejor.
         El encuentro pasó sin pena ni gloria. ¿Ustedes saben cuál puede ser el encuentro de dos amigos, que en un mes no se ven?. Pues éste fue lo mismo, con los saludos de rigor; unos vinos y amén.
         Lis marchó para casa más cabreada todavía. Ella pensaba que aquello ni funcionaba ni funcionaría. Se pasó la noche pensando en como aquello se arreglaría, si es que se podía arreglar, porque ya, ni se lo creía.
         A la mañana siguiente se levantó y marchó a trabajar, y ahí que a media mañana, se le ocurrió llamar a Blas. Con mucha cautela Lis cogió el recado y por la tarde, cuando acabó su trabajo, tenía la intención de ir a reunirse con Blas en el sitio anteriormente acordado. Pero se llevó una sorpresa, más que una sorpresa, un susto. Blas estaba esperándola en el sitio de costumbre; donde la esperaba antes de tener el gran disgusto.
         Le dio un beso, y las cosas se retomaron como si no hubiera pasado un mes de cabreos  y acabaran de estar juntos.
         De todos modos, con el beso, a Lis ya casi se le había olvidado. Aquel día, acabó con un paseo romántico, por la orilla de aquel río que tenía aquel puente tan grande, que a Lis se le antojaba como el techo del cielo cuando estaba, con su amor, debajo.
         El paseo acabó con una flor que Blas cogió de una jardinera y que a Lis le pareció la más bonita de aquella primavera. Y que por cierto, también en todo aquel tiempo, Blas no le había regalado ninguna. ¡Aquella era la primera!.
         Aquella primavera pasó muy deprisa. Lis vivía en una nube que nunca se enfriaba, porque de vez en cuando le mandaba recados al sol con su amigo el gorrión, para que cuidara y acunara su nube. Y su amigo el sol le enviaba con un rayo su contestación. Lis sabía coger los rayos que le enviaba el sol, y tenía más de mil en su corazón.
         Aquí voy a hacer un inciso y me voy a dirigir a mi amiga.
         No sé si tú sabes coger los rayos del sol, pero si no lo sabes, prueba, y verás como desde entonces la vida tiene mil y más de una razón, para ver los problemas pasar y quedarte con esa razón mermada, pero nunca, nunca, podrán quitarte la ilusión.
         ¿Qué cómo se cogen los rayos del sol?. Se cogen al vuelo. Te asomas a la ventana y le guiñas un ojo al sol. Entonces verás volar al gorrión, al aire salir detrás, a la flor entusiasmada colorear. Despertará la mariposa y te dirá: ¡Vente conmigo a soñar!. Entonces el sol te prestará sus gafas, y con él debajo del brazo, con la mariposa, despierta, soñarás.
         Si haces esto, y te acostumbras, querida amiga, serás como Lis, que vivió una vida feliz, con problemas y alegrías, pero sobre todo con una imaginación, que le sirvió de coraza contra las malas artes del mundo, y que gracias a ella, jamás, jamás, nadie, nunca pudo arrancarle la ilusión que le pusieron al nacer, y que acabó siendo su mayor poder.
         Pero sigue leyendo, porque la vida de Lis dio mucho de sí, y una cosa es la que está aquí escrita, y otra muy distinta, la que se puede componer con otras cuatro ideas más y un montón de imaginación, se puede novelar la 2ª parte de la vida de Lis.
         Yo termino ésta, que sería la 1ª. ¿Por qué no escribes tú esa 2ª, y me la envías en otra ocasión?.
         Así seguimos escribiendo, contemplando a Lis con su ajetreada vida y lo que de su parte estaba poniendo. Blas tenía la vida más estudiada y por eso, las sorpresas las ponía Lis, que cuando le parecía, con una llegaba.
         Y hablando de estudiar. Blas trabajaba y estudiaba. ¡Y lo que estudiaba!. En teoría también debía de estudiar Lis, pero solo era en teoría, porque en la práctica, Lis soñaba. Ya estudiaba Blas. Y Lis creía que con eso, llegaba.
         Corría por entonces el mes de abril, de aquella primavera distinta, en la que a Lis no le importaba ni el trabajo lejos, ni las horas de sueño, ni los madrugones previos, ni el llegar tarde, ni el ir y venir de lejos, si al final Blas la esperaba y la llevaba a aquellos sitios de ensueño, donde se veía el aire, se oía el gorrión, suspiraba la camelia y en su oído, sonaba un ¡te quiero!, como puede sonar en una cálida noche, el canto del ruiseñor.
         Sonreían por entonces las flores, que eran amigas de Blas, y desde sus jardineras y jardines, algunas le ofrecían, con mil amores, un regalo para Lis, que al punto las recogía, y con un abrazo y un beso, que no se acababa nunca, a Blas le agradecía el detalle, mientras una rosa se reía, y contemplando el espectáculo, les ofrecía un guiño amable.
         Así empezaba el paseo. En una mano la flor y la otra de la de Blas. Las calles de la ciudad, a Lis, le parecían veredas donde la hierba y las flores eran testigos de sus amores, y de vez en cuando, confundía la luz de las farolas con los rayos de su amigo el sol, y el viento con el halo que deja con su vuelo , al pasar, una paloma.
         Y hablando de palomas. Lis tenía palomas y palomas, que de vez en cuando cogía entre sus manos, y susurrándole al oído, le volaba a Blas algún mensaje, que la paloma transmitía íntegro y se volvía subida en su espléndido carruaje.
         Empezaba ya a salir el sol, y cuando podían, se iban a su playa. Una playa que tenía un paseo largo, tan largo, que nunca se acababa. Ya al atardecer, por allí, por aquel paseo se decían su amor, sus cosas bonitas, que luego Lis pintaba, como idilio que pinta el pintor, cuando en una pareja se ve que canta el amor.
        
                         UN CLAVEL
 

                        Si te suena un cascabel
                        y ves a un gorrión volar,
                        ¿por qué no pueden soñar
                        las puntillas del clavel?.

                        Amor desprende el laurel
                        mirando para el azahar,
                        que huele en su imaginar
                        igual que huele la miel.

                        Y así con su amor juntitos
                        clavel e imaginación,
                        sueñan lugares bonitos.

                        Construir una mansión
                        donde el aire esté clarito,
                        y que arrope su ilusión.

         Ese paseo terminaba en una cala pequeña. Una roca allá al final, dibujaba lindos arabescos, con huecos que había construido el mar, donde Lis y Blas se escondían para que a su amor ni le vieran. Ni le pudieran tocar.
         Alguna vez, les sorprendieron las estrellas, que en su largo caminar, descubrían su escondite, y con su luz, más bien, a molestar.
         Lis las miraba cabreada, y ellas, guiños le hacían al pasar, prometiendo envolver aquel amor, que ya para entonces, estaba a punto de su sueño realizar.
         Blas era su amor y lo sabía, y también lo sabía explotar. Lis se empezaba a dar cuenta de por aquella, que el amor, también tenía una manera más material. De esa manera, se encargaba Blas. Y también era bonito por algún rato despertar en sus brazos, y que te pusiera coger, besar y abrazar.
         Pero... Y como siempre hay un pero en la vida que entorpece la labor; también entre Lis y Blas llegó el tropiezo, que otra vez puso a tambalear su amor.
         Una noche y por el paseo lindo de la playa, se montó una bronca monumental, donde se llamaron de todo, e incluso, los insultos llegaron a aflorar.
         Lis se fue para casa sola, sin despedirse de Blas, con un amigo que la llevó, porque hasta pena, le debió de dar.
         Hasta el portal de su casa le fue llamando de todo lo que pudo, lo habido y lo que ya no se podía llamar.
         Entró en casa de un portazo y al amigo, lo dejó en la escalera, sin más.
         Los amigos de Lis, ya mucho no se extrañaban, pero aquella vez pensaron que la cosa era seria y hasta podía degenerar.
         Del portazo que pegó, se despertó el personal y hubo bronca colectiva  para todos y, para alguien más , si se quería apuntar.
         Esa noche Lis no cenó, se fue a la cama sin pestañear. Cerró la puerta y la ventana para que nadie, nadie se pudiera colar.
         La puerta cerrada,  para que no la molestaran, porque siempre había alguien que te venía a aconsejar. Y ¡para consejos estaba Lis!. ¡Con la puerta le podía dar!.
         La ventana. Se aseguró de que la persiana estuviera corrida, sin un resquicio, nada de nada. Por si su amigo el sol, llegaba de madrugada a prestarle ayuda, a secar sus lágrimas, a colorear su carita y hasta a prestarle sus gafas.
         No quería ver a nadie, pero a nadie de nada.
         Se pasó la noche en blanco, tratando de entender el por qué habían reñido, el por qué se habían peleado. Reconoció que ella había sido la peor, la que más se cabreó, la que más se peleó y hasta la que más insultó. ¡Era “buena” Lis cabreada!. Pero seguro, seguro que algo dijo Blas, o más bien algo hizo, que pilló a Lis en otro mundo, y de repente, tuvo que aterrizar. Por seguro que la culpa la tenía toda Blas. Luego volvía a pensar y a recapitular y... bueno, alguna, una poquita, podía tener ella, pero ¡era tan poca!, que por eso nadie se podía enfadar. Se pasó la noche pensando en...
1-     ¿por qué se estropeó su paseo, su playa y hasta negra se puso la arena del mar?
2-     ¿Por qué ese día no vieron juntos la luz de la estrella que todos los días acunaba sus besos y envolvía sus abrazos con un papel de plata lisa que parecía brillar?
3-     ¿Por qué no vieron agarraditos,  la luz de la última farola, bailar en el agua del mar?
4-     ¿Por qué no saltó la sirena que todos los días les enseñaba su hogar?.
5-     Por qué se arrugó la arena, y se puso cortante como el filo de un cristal?
6-     ¿Por qué Lis se quedó sin palabras bonitas. Aquellas palabras que dejaban a Blas un poco perplejo y “aturrullao”?. ¿Y para más allá?.
7-     ¿Y por qué hasta la luz del faro se puso al revés y miraba para atrás?.
         Saben ustedes cuántos ¿Por qués? Pensó Lis aquella noche, pues miles y cientos de miles y los volvía a pensar, una y otra vez. Y lo malo es que siempre encontraba la misma respuesta, y la culpa siempre, siempre la tenía Blas.
         De madrugada llegó su amigo el sol. Una estrella le había soplado el tamaño “revolcón” que había llevado su amiga, y en un momento se plantó en su ventana con rayos, consejos y calor a montón.
         Llamó en su ventana y no obtuvo contestación. Arañó su persiana y Lis le mandó un bofetón. Puso en la esquina de su cama a su lindo gorrión, y Lis, testaruda, tapó los oídos y le dio un pisotón.
         El sol no se amilanó. Le hizo cosquillas al aire para que el aire calmara su sofocón. Puso rocío en la rosa, para que la rosa limpiara su decepción. Puso perfume en su mano, para que su mano le hiciera una invitación. Y por fin, puso cariño en sus labios, para que sus labios entonaran una canción.
         Y cuando Lis se dio cuenta, estaban sus labios silbando, silbando las notas de aquella canción que le cantaba su amigo el gorrión.
         Se levantó deprisa y a trompicones, abrió la ventana, de un manotazo subió la persiana y se encontró con la cara sonriente de su buen amigo el sol, que estaba esperándola, parapetado tras de una nube, no le fuera a caer un buen chaparrón.
         Lis estaba cansada de llorar y llorar, así que al ver a su amigo, casi, casi respiró. Empezó a llorar otra vez y el sol la dejó un ratito, y luego la llamo al orden y le dijo:
         _¿A qué viene eso de tanto llorar?. Me vas a secar el rayo que para tu carita encargué al marchar.
         _Te esperan tus amigos: La estrella, la sirena, el gorrión y hasta la arena del mar. Por si lo has pensado y quieres mandarle un recado a Blas.
         Lis se tranquilizó. El sol le limpió las lágrimas, le secó la cara y le prestó sus gafas. Así Lis se puso a pensar en lo que podría decirle a Blas. Asomada a la ventana y con el aire detrás, ideó unas cuantas historias, que con un beso de amor, se las envió a Blas envueltas en ese papel de seda que le buscaba la sirena, en un arca que tenía en el fondo del mar.
         Pero aquel día, le falló el sistema y Blas no recibió el recado. O si lo recibió, no le hizo ningún caso.
         Lis se cabreó y le echó la culpa al sol y al viento:
         1º Al sol, porque no calentó la mano de Blas.
         2º Al viento porque no supo llegar a tiempo.
         Así que les dijo un par de “lindezas”, por las que también se enfadó el viento, que se puso a resoplar y el pelo de Lis quedó tieso en un momento.
         El sol tuvo que contemporizar y poner a los dos firmes rápidamente, porque el carácter de Lis, solo lo domaba el sol, y para ello tenía que emplearse a fondo, utilizar sus rayos y atarle el pensamiento.
         Al ratito, y ya un poco más tranquila, se empezó a poner triste, porque ya veía que el asunto era serio. Se pusieron a pensar, Lis, el sol y el viento, en como podrían solucionar lo que mala solución tenía, al menos de momento.
         Así, pensando y pensando, no encontraron solución, porque a Blas no se le ablandaba el pensamiento. Y ya vieron que iba para largo, porque Blas, no entendía mucho eso de los sentimientos.
         Los amigos de Lis se encogieron.
         El sol dejó de lucir y se apoyó en la nube, que con sus bolitas de nieve, calmaba la sed que le producía el ver sufrir a su amiga, que abandonó la estrella que envolvía su amor, porque su amor en un “plis”, había volado como una centella.
         Al viento se le olvidó soplar, como soplaba él, cuando el aire le decía:
         _”Despéjame el camino hasta el mar abierto”.
         La nube empezó a llorar porque ya no hacía falta brillar; y además había que tapar al sol, porque par lo que había que lucir, mejor era nublar.
         A Lis y a Blas les extrañó la estrella, les extrañó la roca, les extrañó la arena, y también les echó en falta la sirena, que se pasaba el atardecer dormida, esperando que en el agua resonara un poema.
         Poema que Lis tenía en el alma, pero que le sonaba poco sincero, porque cuando el alma está triste; ni con cascabeles suena el pandero.
         Así y todo Lis no dio por finalizado su amor y lo siguió intentando, pero ahora dejaría pasar un tiempo. Pondría en orden sus cosas, y también ordenaría su pensamiento. Le haría caso al sol, disfrutaría de cada momento, y si el momento era feliz, mejor, porque la felicidad tampoco borra los lamentos.
         Desayunó, se arregló, se despidió de sus amigos y les encargó que vigilaran a Blas, que lo cuidaran, no fuera a ser que todo quedara en papel, y el papel con el agua se esfumara.
         Ella no quería que Blas fuera su amigo, y mucho menos su enemigo. Ella quería que fuera lo que tenía que ser, y eso, se lo encargaba al sol, a la nube, al lucero y a la estrella; al agua del mar, al azul del neón y a la sirena, para que vigilaran a Blas, no se fuera a  liar con alguna de las que solía encontrar, y luego otra vez a volver a empezar.
         Lis prometió no verlo, ni dirigirle la palabra en todo el tiempo que durara lo que ella iba a ordenar. Pero también encargó a sus amigos que lo vigilaran, no se fuera ni un pelo a pasar, y luego hubiera que poner puntos donde no había “ies”, y todo se fuera a desmoronar.
         Lis tardó, pero se empezó a animar. Y cuando uno se anima, la poesía, tarde o temprano suele llegar, como llega la brisa que, tarde o temprano acaricia el agua del mar.

QUERER  AL MOMENTO

 


            La brisa llamó al mar
            por si `podía ordenar el sentimiento,
            el sentir del juglar,
             juntaba  a Lis y al viento,
   juntaba a Lis y al viento,
            y los ponía a querer; en un momento.

                                                  Lía
















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