CAPÍTULO SEXTO |
El
cielo y el mar se unieron
y
formaron un volcán,
y
el volcán quedó chiquito
al
lado del ancho mar.
Lía
Una historia más real
Esta
parte de la historia de Lis que vas a leer, es lo más sosegado que pudo vivir.
Por llamar sosegado a algo en su vida.
Fue
un encuentro entre ella y la vida real, en el que se sucedieron los
acontecimientos. Acontecimientos del mundo, que no la dejaban pensar y que la
traían de un lado para otro, porque decían que había mucho que organizar.
Iba
larga la primavera y el mes de mayo sonaba ya, con sus cantos y sus flores
despertaba el alma, incluso del que no quería oir, y por aquel entonces, incluso
Blas le mandó un mensaje con el gorrión. O al menos eso le pareció a Lis, que
un día se encontró en el buzón una rosa roja, pintada en un papel de color que
hablaba del cielo y del mar, y de aquel amor que sentía en su interior y que
aunque se separara esa línea, él nunca separaría de su carita, con un beso, su
amor.
A
Lis le dio la impresión de que soñaba, o veía visiones, o fantasmas, porque
viniendo de Blas, aquello era mucho, pero que mucho telar.
Abrió
los ojos y los cerró, miró para arriba y los bajó. Volvió a mirar y se encontró
con una mirada distinta. Era su amigo El Sol , que con una cara
divertida la miraba y con sorna, le comentaba:
_¿no
decías que no oía y que no sabía soñar?. Hasta la mente más dura, alguna vez
también se puede enamorar.
Lis
nunca tuvo muy claro quien le había mandado aquella nota. Para ella que a Blas
se la había soplado la sirena del mar y eso sí, con mucho cariño, se la había
dejado.
Mayo
pasó volando y entre pájaros y flores, Lis se apañaba para llevarle a Blas cada
día, con un beso, un puñado de ilusiones.
Sus
amigos estaban contentos, los de allá arriba y los de aquí abajo. Los de allá
arriba veían a su amiga feliz y alborozada (porque eso sí, Lis no cambiaría
nunca nada), Le peinaban el pelo, le pintaban la cara, le brillaban los ojos;
el sol daba aliento a su alma y por la noche, la luna y los luceros la
arropaban, mientras las nubes se peleaban por poner blandita y hueca su
almohada.
Los
pájaros buscaban prendedores, que dejaban en su ventana y las flores le sonreían
y con un ramo, su olor le acercaban y le acariciaban.
Cuando
Blas veía por la tarde a Lis, toda ella reflejaba, y con un tropel de
sensaciones encontradas, se abrazaban los dos, fuerte, muy fuerte, tanto, que
Blas no se soltaba.
Los
amigos de aquí, y sobre todo el amigo del alma, estaban felices de ver como su
pareja se iba consolidando. No entendían mucho aquella unión y de vez en cuando
preguntaban:
_¿Seguro
que os queréis?. ¿Seguro que todo no va a acabar en nada?.
Y
Lis con un sonoro beso, le decía a Blas:
_Estos
no se enteran de nada.
De
fiesta en fiesta pasaba mayo. Ya el sol le había prometida a Lis que iba a
preparar su mar y su playa. Y en aquel rinconcito de siempre, acababan los dos,
con el amor reflejado en su mirada.
En
sus días libres y cuando el trabajo ya se acababa, iban a visitar su rincón,
allí donde estaba su roca y su amor, que su caracola guardaba.
Tenía
una alfombra de arena, una arena suave, fina y soleada, que marcaba su paseo y
con gracía dejaba puestas allí sus pisadas. Y daban largos paseos, ya al
atardecer, cuando el sol no quemaba. Cogidos por la cintura y juntas, muy
juntas sus manos, Lis veía como se juntaban el cielo y el mar y como el sol en
su puesta los abrazaba. Y se lo decía a Blas que un poco más prosaico se
dedicaba a “otras cosas” que a mirar al mar, porque tenía delante a su amor,
encarnado en una joven e inocente muchacha.
La
sirena del mar, cuando los veía tan enamorados, saltaba y saltaba, dejando una
estela de espuma que con su cola brillante, dejaba pegadita a su cara. El sol
se negaba a marchar y la luna quería entrar en el espectáculo. Y entre el sol y
la luna, Lis y Blas con su amor se columpiaban.
Lis
había hecho en su imaginación un columpio para Blas, con la luna en su espalda.
Miles de estrellas sujetaban las cuerdas y ella, muy gentil lo empujaba. Suave,
suave como el aire y firme como el viento que en aquella tarea también le
ayudaba.
Para
Lis, Blas era algo así como un rey, un rey con corona plateada, sentado en un
trono poderoso, con el sol y la luna de capa y espada y con un collar luminoso
compuesto por luceros, a los que le ponían colores las hadas.
Cuando
se cansaban de pasear por el rincón de su playa, se sentaban en el hueco de su
roca donde a la luz de la luna se miraban, y donde las nubes recogían su última
emoción y con un suspiro, se bajaban poniendo hueco su algodón por si un ratito
allí ¿descansaban?.
Después
Blas acompañaba a Lis a su casa y otra vez se juraban amor eterno, y a Lis, le
parecía que aquello era el cielo y ella un ángel que volaba.
Y
llegaba a casa contenta y saltando. Los suyos la veían feliz y pensaban en
aquella niña que ya se les escapaba. Pero sonreían y cuidaban su vivir, aunque
de vez en cuando la miraban tristes y desconfiaban.
Lis
nunca entendió por qué la miraban tristes y mucho menos por qué desconfiaban,
hasta que pasado el tiempo, el tiempo supo en que consistía aquella
desconfianza.
Después
de cenar con su familia, le decía adiós a su padre y con un sonoro beso, un
hasta luego a su madre. Se iba a su habitación, arropaba a “ita”, le contaba su
ilusión, alguna que otra preocupación (pocas porque en aquella época, Lis casi
no tenía preocupaciones) y cuando “Ita” le contestaba, le colocaba su almohadón
y le decía con un beso, hasta mañana.
Luego
se metía en su cama, esperaba a su mami que siempre venía a verla, le daba otro
beso y despacito y con mimo la arropaba. A Lis entonces le parecía que su
habitación era un lindo país, su madre era la reina y ella una princesa de
cuento que dormida esperaba el beso de aquel príncipe azul que tenía como capa
el sol y como espada la luna, para defender su amor a través de los confines
del universo que se juntó con la nada.
A
continuación se dormía, colocaba la cabeza en su almohadón, las nubes enredaban
en su pelo, los luceros le cantaban su canción y las estrellas la volaban por
paraísos sin fin, hasta que encontraban durmiendo a Blas y entonces, la dejaban
a su lado despacito para que le susurrara al oído, bajito, un largo ¡te
quiero!, sin molestar.
Después
dejaba a las estrellas cuidando de Blas y ella, a lomos de su alazán volaba
libre por el universo saludando a estrellas, luceros, sirenas y algún que otro
planeta que le traía mensajes del sol para cuando la luna, de nuevo se fuera.
Todo
esto y más soñaba Lis hasta que despertaba de golpe por la mañana, porque
siempre despertaba de golpe. Su amigo el sol lo hacía a traición y ella día
tras día, decía que no se lo perdonaba.
“Ita”
(no sé si les dije que “Ita” era el diminutivo de Margarita, que son las flores
que adornaban el pensamiento de Lis), también le metía prisas, tenía que
ahuecarle su almohadón, atusarla y dejarla colocada. ¿Y lo guapa que su amita
la dejaba?.
El
gorrión y el ruiseñor le habían dejado el prendedor en la ventana. Se duchaba
con las nubes, el sol le pintaba la cara, las estrellas le ponían un traje
brillante, los luceros le brillaban los ojos y una rosa, con el viento, le
mandaba su amigo del alma.
Abría
su bolso, lo llenaba de historias viejas y de nuevos cuentos, metía en él su
rayo de sol y a trabajar se marchaba, no sin antes darle un beso grande a “Ita”
y encargarle que nada de lo que allí había, se estropeara.
Y
así un día y otro día y casi pasaba mayo. Las rosas ya florecían, blancas,
rojas y amarillas y las de color salmón, que era el color de su alma. En los
jardines olía el azahar y las abejas de rama en rama, probaban aquel néctar
sabroso que la naturaleza les ponía delante en forma de una bonita palma.
Las
mariposas dejaban las hojas y con sus vestidos en forma de alas, cruzaban el
aire veloces y de vez en cuando, en las mejillas de Lis se posaban.
Por
la orilla del río y en aquel puente tan grande, Lis enseñaba a Blas como eran
los tulipanes, como se parecían a un cofre donde guardaban lo que nadie podría
nunca, nunca quitarles.
Lis
le decía a Blas:
_Tú
y yo somos algo así como ellos; un cofre cuyo interior nadie podrá destaparlo.
De
todo aquello, Blas entendía lo que quería y el resto lo practicaba, que ante el
arrobamiento de Lis, un poco también se asustaba.
De
repente, Blas con más sentido común, bajaba a la tierra y con un beso, le
llamaba un ¡tonta! Cariñoso, que Lis le agradecía en el alma.
Así
fue llegando junio y se plantearon la boda, la boda más bonita del año. Cada
día era más difícil estar separados. Cada día era más difícil marchar y
esperar, para verse, horas y horas interminables.
Blas
no tenía alma de sacrificio y Lis estaba educada en el seno de una familia
conservadora, en la que una cosa era imaginar, y otra poner realidad a lo que
se imaginaba.
Cuando
Lis hablaba de irse con Blas. Su madre nada decía, pero triste muy triste la
miraba. Su padre, cambiaba de tema y cabizbajo se marchaba. Sus hermanos, que
en la vida de Lis mucho contaban, se ponían histéricos y era con los que más se
cabreaba.
Así
que sin pensarlo mucho más, se plantearon la boda, que en principio iba a ser
sencilla, pero que al final tuvo su correspondiente parafernalia.
Aquel
verano, como los anteriores, lo pasaron separados. Lis en su casa con sus
gentes y Blas en la suya y como medio de comunicación, las cartas.
Empezaron
a organizar la boda y a Lis se le acabaron los sueños. Ya casi no tenía tiempo,
ni de soñar, ni de nada.
Más
de una vez pensó en dejarlo todo y volver a su vida ideal de antes, peo siempre
había algo a el mismo Blas, que se lo impedía con alguna llamada o alguna
carta, o sus amigos los de allá arriba, que le decían:
_¡Anda
boba!, ¿qué vas a hacer tú sin el Blas de tu alma?.
Así
que otra vez recogía velas y a preparar toda la parafernalia.
Lis
siempre recordará aquel verano en el que preparó su “ajuar”. Mejor dicho, se lo
prepararon. Ante ella vio pasar bordados, puntillas y manteles, lencería fina y
otras cosas que nunca se imaginó que pudiera tener su hogar. Era como si allí,
se hubiera trasladado la feria de Sevilla.
A
su casa llegaron cosas que ella creía que llegaban del cielo, porque nunca
había visto antes semejante esmero. En su casa se cosían manteles, sábanas de
todas formas y colorines, que luego, no sabía muy bien quien, alguien bordaba
con unas flores preciosas y unas letras como las de ella y Blas, quedaban
estampadas en la tela con una luz primorosa.
Lis
pensaba que debía ser alguien que estaba cerca del sol, porque ¿cómo si no el
sol le prestaba sus hilos?. Pero también vivía con las flores, porque ¿dónde se
podían juntar tantos colorines?. Y aquellos bordados: ¿Quién los hacía?.
Aquel
verano, en su casa se afanaban las manos para comprar y coser y vestir su nuevo
hogar. Estaba alucinada, no sabía que para irse a vivir con Blas, hicieran
falta tantas cosas. Y así poco a poco se fue animando, y un día por la mañana,
en su ventana se posó un gorrión que traía una aguja en el pico. Sin decir
nada, la miró, puso la aguja entre sus dedos, le hizo un pio pio y voló, voló
lejos muy lejos. Lis entendió que aquello era para ella, y con la aguja que le
había dejado su amigo el gorrión, cosió algunas cosillas que iba a estrenar el
día de su boda con Blas. También hizo “pinitos” con los bordados y con las
puntillas, pero esos se le resistían, no quedaban como los demás. Años más
tarde sabría de donde salieron aquellos bordados, en realidad. Y claro que
estaban hachos cerca del sol y sus hilos, y hasta cerca de más allá. Lo que
pasa es que Lis era una ingenua y, sencilla como la que más.
Un
día, mirando un bordado de aquello que parecía una flor de verdad, se imaginó a
Blas tapado con él y casi se rió; porque no creía ella que Blas hubiera visto
cosa igual, ni siquiera por casualidad.
Pero
se paró a mirar la flor bordada y una especie de imán le levantó la vista, y a
otro flor real se fue. Enfrente un clavel le sonreía y con una carita ingenua
como la suya, le decía:
_Ponte
a escribirle, mándale una sonrisa y dile que tu amigo el clavel te ayudó. Tú
pones el querer y la sonrisa, y yo pongo la miel.
Y
así mismo empezó Lis a soñar y a querer... ¿A quién? ¿Se pueden imaginar...?
soñar y querer |
Cuando
sientas por tu tierra pasar
el
aire que lleva a su lado el viento,
piensa que envuelto
guarda un sentimiento
que
solo en ti va a poder descansar.
Ese
aire el gorrión te lo va a silbar
con
una sonrisa que suena a cuento,
que
la bordó la flor en un momento
y
se la encargó el clavel al juglar.
Y
para que suene linda y bonita
y
la recojas al amanecer,
¿estás viendo lejos una
esquinita?.
El
gorrión se puede en ella esconder
por
si entre el clavel y la margarita,
te arropan con tu sentir de mujer.
Así
pasó el mes de julio entre bordados, flores, familia y amigos. Lis y Blas no se
vieron en todo el mes, pero Lis tenía un montón de cartas de Blas que las leía
de día y las repasaba de noche. Se las contaba a “Ita”, que orgullosa se
ahuecaba en sus encajes. Un día, mejor dicho, una noche, estaba Lis tan
ensimismada leyendo su carta a “Ita”, que extendió un brazo para contarle mejor
lo que decía Blas, No vio exactamente donde estaba “Ita” y le dio un golpe en
una pierna que se la descolocó.
A
Lis casi le da un pasmo cuando vio la pierna de “Ita” colgando. Hasta le
pareció que lloraba, y de la pena que le entró, no podía articular palabra.
Salió corriendo a buscar a su papi, que era el que con su saber hacer, la
sacaba de todos estos “telares”. Su padre la consoló, le puso la pierna a “Ita”
en su sitio, y luego Lis se la vendó, le puso por encima otra venda de
colorines y le pidió por mil, perdón.
Cuando
a “Ita” le dejó de doler, Lis siguió leyendo su carta, y hasta le pareció que
sonreía. Luego le dio su opinión y Lis le decía:
_La
gente no se fía, pero ¿verdad “Ita” que me quiere un montón?.
Lis
miraba a su muñeca embobada y de pronto le pareció que los ojos de “Ita” se
movían y en el hombro le puso su tirabuzón.
Esa
noche Lis durmió con su muñeca, le puso algodón debajo de la pierna, le colocó
los tirabuzones y con un beso, le encargó que no se olvidara de Blas, y que si
soñaba, le enseñara también a él a soñar.
El
mes de julio volaba y despertando la última semana, tuvo Lis una visita
inesperada en un día que en principio era un día como los demás. Allá a lo
lejos... ¿Veía o soñaba?. Llegaba el coche de Blas. Lis no daba crédito a lo
que veía. Se miró y miró otra vez a lo lejos. Y ya no era tan lejos, porque
quien se estaba bajando del coche era Blas.
En
un segundo estaba abrazado a él sin dejarle respirar. Después se vio no muy
bonita y un tanto despeinada y se enfadó y se cabreó y hasta se puso colorada.
Pero
Blas le llamó ¡bonita! Y le dijo mil cosas lindas, que hacía un tiempo no
escuchaba. Así que, un poco coqueta, trató de arreglarse el pelo y disfrazar
como pudo su pantalón y su ya un poco vieja, camiseta.
La
gewnte los veía y se reían. Blas, que era muy comedido, trató de guardar las
formas lo que pudo, pero Lis era un torrente y aquel momento, no se lo quitaba
a ella ni el mismísimo sol, por mucho que el sol fuera su amigo y estuviera de
ella pendiente.
Blas
se quedó unos días y además de él, le traía un regalo. Un regalo con una flor,
que Lis escondió en su corazón, que de repente se abrió y con voz emocionada,
sus labios casi juntos, así su amor susurraban:
AMOR... |
Ahora
se calla el viento
y bajito dice mi
corazón,
úsalo
de instrumento,
amor
de aquel gorrión
que
quiso cantar lindo; en tu balcón.
Al
día siguiente por la mañana, Blas le dijo a Lis que aquello se tenía que
arreglar, que tenían que terminar los viajes y las separaciones, que su amor,
ya de una vez, tenían que juntar.
Lis
ya estaba en ello, pero aquello que nunca lo ves llegar y cuando llega, un poco
sorprendida dices:
_Anda,
esto no sabía que iba a pasar.
Y
dicho y hecho. Cogieron un calendario y juntitos los dos, empezaron a
seleccionar fechas, para aquel día que Lis no llegaba a imaginar (y sería por
imaginación), porque nunca pensó que su amor y el de Blas, se iban a juntar de
una manera que no fuera material.
Ella
estaba convencida de que a Blas, toda aquella parafernalia le daba igual,
pero... Y como siempre hay un pero. Ella no lo tenía tan claro, porque a lo
mejor daba igual, pero... La imaginación de Lis tenía muchos peros y, ese,
traía a mal traer a Blas.
Dejaba
hacer y decir a Blas, pero no encontraban ninguna fecha que les pareciera
ideal, hasta que un mes de aquella página se iluminó y Lis pensó que siendo
aquella, no le podía fallar.
Quedó
fijada la fecha y fue la primera vez que Lis oyó decir a Blas aquello de “nos
casamos”. Tan raro le sonó, que corrió a contárselo a “Ita” y le pareció que
con una sonrisa socarrona se reía de ella. Tan mal le pareció que le quitó el
algodón de debajo de la pierna, y entonces “Ita” se quejó (o por lo menos, a
Lis se lo pareció). La nube de su almohadón la riñó y Lis se angustió y lloró.
Entre las dos la convencieron de que tan bueno era loque pensaba Blas, como lo
que pensaba ella, pero también las dos le dijeron:
_Lis,
haz lo que quieras, pero abrevia porque el tiempo pasa y Blas se va a cansar de
esperar.
Cerró
los ojos y los volvió a abrir, dejó de llorar y se puso a pensar. ¿Sería
verdad?.
No
se paró mas y salió como un torbellino en busca de Blas. Blas estaba mirando a
ver por donde se había ido, y averiguando por donde volvería a aparecer, cuando
un torbellino de pelo y brazos se le cayó encima. Con un motón de besos y
abrazos, Lis le dijo que si eso, podían casarse ya, sin esperar a que se le
iluminara otra vez el calendario.
Blas
se sorprendió, un tanto, pero por otro lado, a esas alturas, ya estaba el
“pobre” también un tanto acostumbrado.
Aquella
noche se lo comunicaron a la familia de Lis. Y yo creo que algunos respiraron.
¡Por fin! Alguien iba a hacerse cargo de aquel terremoto que les había alegrado
la vida, pero que también querían que alguien la cuidara. Al minuto siguiente
también alguien se puso triste, porque aunque no del todo (porque del todo
nunca se marcharía), pero ya Lis iba a tener otro hogar con unas obligaciones
que mucho se temían que nunca se las había imaginado, ¡ni siquiera se las
habían enseñado! Con sus dotes de soñar.
Pero
Lis era feliz y eso era lo que importaba. Fue la primera vez que vio a Blas
contento con su familia y pensó:;
_Esto
de casarse debe ser algo mágico, porque a lo que antes parecía una tragedia,
casi le quitan la parte de lo trágico.
Y
así, entre comida, vino y copas, se pasó la noche.
A
la mañana siguiente se levantó temprano, se pintó demasiado (Lis no estaba
acostumbrada a pintarse ella sola) la cara, tanto que el lucero de su rincón se
deslumbró, “Ita” le echó una bronca y el algodón de su almohada se la limpió.
Cuando ya se empezaba a enfadar llegó su amigo el sol y le dijo:
_Déjanos
a nosotros, que te vamos a pintar y a peinar, y quedarás como el mismo sol.
Lis
se dejó hacer, o al menos eso creía ella y cuando Blas la vio aparecer, a poco
se cae del sofocón. Con sus pantalones vaqueros y su blusa de colorines, se
puso los zapatos, cogió el bolso (eso si, antes se aseguró de que llevaba en
él, un rayo de su sol), le dio un beso fuerte a Blas, se cogió de su brazo y se
fueron a comprar. Eso si, antes tuvo que darle un empujoncito a Blas que sin
decir ni pio, se había quedado “atascao”.
Aquel
día no compraron noñerías, ni historias ni filosofías de las que le gustaban a
Lis. Compraron dos hermosos anillos para sellar su alianza. Eran tan bonitas, y
brillaban tanto, que a Lis le parecían un sueño, sueño del que se iba a
despertar abrazada a Blas y ya juntos en su nuevo hogar. Se despertó si, pero
de golpe, con el pellizco que le dio Blas. ¡No se había enterado de nada, desde
que los anillos habían empezado a brillar!.
Blas
las pagó, Lis las miró, las remiró, las metió en una caja, abrió el bolso y le
dijo al rayo del sol que las envolviera y las cuidara, ¡no se fueran a rayar!.
El
dueño de la tienda estaba un poco atónito; pero estaban en la tierra de Lis y
un poco la conocían ya, y también sabían que viniendo de ella, nada, nada podía
considerarse anormal.
Luego
lo fueron a celebrar, y Lis le enseñó a Blas todos los sitios de vinos de su
ciudad. ¡Lo que disfrutaba!, de aquellos vinos, y de sus amigos, q los que ella
sabía encontrar.
A
Blas ya lo conocían y algunos lo miraban con cierta envidia, y más que le ponía
Lis con las carantoñas que le hacía.
Después
del tercer, o, cuarto vino, en un aparte que pudo, Blas cogió a Lis y la
desapareció del montón de amigos. La llevó a un sitio mas tranquilo y entre
beso y beso, le dijo:
_Mañana,
vas a conocer a mi familia.
Lis
al principio no entendió bien, y volvió a lo suyo, que era el beso que le daba
Blas. Pero éste la separó, la sentó en sus rodillas y se lo explicó mejor.
De
repente, a Lis le pareció que se le rompía el suelo y se le caía la cabeza. No
entendía, el por qué tenía que ser aquello tan enredoso. De repente también vio
que su bolso se abría y una sonrisa grande su rayo le dibujaba.
Entonces
entendió que aquello era verdad y en ese momento adoptó tal seriedad, que hasta
Blas se asustó y palabra por palabra empezó a buscar, haber si había dicho algo
que estuviera fuera de lugar.
Cuando
Lis vio que no había mas remedio, aceptó la visita, hizo los honores a la
familia de Blas, y entre unos y otros zanjaron la cuestión y quedó la boda
preparada para cuando Lis y Blas dispusieran, y ese día, sería una fecha
memorable y también daría fin y comienzo a una linda ilusión.
Aquello
fue lo que menos le gustó a Lis. Ella no necesitaba que nadie le organizara
nada. Solo admitía en su vida a Blas, a sus particulares amigos; a sus otros
amigos, los mas reales y los consejos de alguien muy querido para Lis (Lis
tenía una persona muy especial , que estuviera cerca o lejos, era su mejor
puntal), que lo que le decía, era oro de ley para ella y ni siquiera lo
discutía.
Así
se acabó el verano y las vacaciones. Y hubo que volver al trabajo. Esta vez era
un trabajo distinto, visto desde un punto de vista diferente, porque aunque
ahora empezaban separados, sería por poco tiempo. El tiempo necesario para que
las cosas estuvieran a punto, para que la gente se preparara y para que ellos
dos empezaran a arreglar su casa. Una casa que ya tenían, pero que la
imaginación de Lis tenía que decorarla.
Era
una casa como cualquier otra, pero a Lis se le antojaba bonita y grande, con
unas paredes que adornar y con unos rincones en los que se prolongaba la roca
que ellos dos tenían allí cerca, y que por tanto también los podía visitar el mar.
Aquellos
días se afanaron en colocar su casa todo lo que su imaginación y el dinero les
permitió, y entre cuadro y cuadro, plato y plato y mueble y mueble, Lis
escribía lo que su corazón le transmitía.
EL AMOR............. SOÑABA
Terminaba
el ruido al fin
cada
cosa a su lugar,
el amor debía soñar
Una
reina en el jardín
se
encargaba de regar,
palitos
hay que quitar
y
en su lugar, un mimín.
Y
como el oro brillaba
todo lo que
se veía,
con
guirnaldas se adornaba.
Una estrella relucía
y
otra que se acurrucaba,
en
sus brazos se dormía.
Lía
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