domingo, 21 de julio de 2013



LA TORMENTA HIZO
 PARED

¿Por qué creen ustedes que pienso yo que la tormenta tiene pared?. ¿Atravesaron  alguna vez una tormenta?.
          A todo el mundo le ha “pillado” alguna vez una tormenta en la calle o en la carretera. ¡Qué pequeño se ve uno a merced de los elementos!.
          Es como un cristal a través del que no se ve, porque el agua es la cortina, y el granizo, los dibujos que sujetan los hilos y los alargan, estrellándose contra la pared.
          ¿Y de qué pared hablamos?. ¿A usted qué le parece?. Porque en el universo, no hay pared. Esa pared es la maldad, que se ensaña con los débiles y pequeñitos, con los ingenuos y con los que no la pueden entender. Y cuando ya terminó su labor, desaparece como el granizo y deja como secuela el desastre, la decepción, y entonces si que se ve la pared, una pared ancha y larga que ¿quién la podrá deshacer?.
          Una vez leí en un cuento para niños una especie de comparación entre el mal y el bien. La comparación se establecía entre la tormenta y los angelitos traviesos, que al no obedecer a la luna, organizaban en el cielo una buena zapatiesta.
          La luna, de noche, los acostaba en sus camitas y los tapaba con las estrellas. La tormenta quedaba reducida a la nada, agujero del que no debía salir, porque de la nada, nada surge; debe quedar aplastado y sin revivir.
          Pero... y llegó el pero, estaban los ingenuos angelitos que no querían dormir y en vez de soñar cosas lindas, se avisaron, se pusieron las pantuflas , y cohetes se pusieron por el cielo a dirigir. Hasta que los oyó la tormenta y los rayos y los truenos envidiosos (y aquí, y este día apareció la envidia, causante de las mayores fechorías que se cometen en el planeta), salieron del agujero y torcieron la ruta de los cohetes, despistando a los angelitos, que no sabiendo adonde ir, chocaron unos con otros, perdieron la punta de sus cohetes, que en forma de piedras blancas, cayeron a las nubes y los truenos se encargaron de dar forma a la tormenta.
          Pasado un tiempo cortito, la luna se enteró de la algarabía que los angelitos tenían en el cielo. Lloraban todos mojaditos, porque descalzos y sin toallas, no encontraban sus camitas. La tormenta había puesto la noche oscura y se perdían en el cielo. Uno llamaba al otro y un trueno desaparecía su llamada a lo lejos. Y así una y otra vez, hasta que el miedo se apoderó de ellos y su llanto era cada vez mas fuerte. Ese llanto caía a las nubes, mojaba a la luna, y las nubes ya llenitas, muy fuerte muy fuerte, lo dejaban caer a la tierra.
          Con todo este ruido, la luna salió de su placidez y se dio cuenta del estropicio que había en el cielo. Buscó a todos los angelitos, los juntó y cuando ya no faltaba ninguno, los envolvió en toallas blancas y amarillas, les quitó una lagrimita, les puso pantuflas nuevas, los riñó con amor de madre y los llevó a sus camitas. Los acostó y los tapó con estrellas, pero esta vez, encargó a esas estrellas que unieran sus puntas para que nadie molestara a sus luceros.
          Los angelitos, calientes y arropaditos se durmieron. Pero, al fin y al cabo eran chiquitos y antes de dormirse, se guiñaron un ojo y acordaron otra travesura. ¿Para cuándo?. Para cuando no los vigilara la truena.
          Cuando todo se calmó, la luna volvió a meter en el agujero a la tormenta, pisó a los rayos y tapó con palos los truenos. Pidió disculpas al cielo y volvió a su placidez de siempre.
          Pero se olvidó de una cosa. Se olvidó de sellar los palos del agujero y por allí salió la envidia, la envidia que tiene la tormenta, a todo lo que nace y crece feliz y bonito en la tierra, y que ella se encarga de destruir en cuantito que pueda.
          Esa envidia se nos pegó a los humanos, que somos tan brutos que hacemos lo mismo, lo mismo que hace la envidia de la tormenta.

                     
                                                                      Lía


            Este cuento pequeñito lo escribí hace ya unos años, y el otro día me acordé de él con la tormenta que caía. Así que lo busqué, lo reduje un poco y aquí se lo enseño. 
             Un poco infantil ya lo se, pero los niños que yo tenía en el cole entonces tenían 6 añitos y para ellos resultó admirable. ¡Les aseguro que no salían de su asombro!!!. Lo que más les gustaba era que por el cielo había cohetes teledirigidos.
Y a ustedes.............¿Qué es lo que más les gusta!!!.

4 comentarios:

  1. Tu recreación lúdica tiene el encanto de abrir la imaginación a ese infante que sueña, es plausible el relato. Un abrazo

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  2. Mil gracias por leerlo Dionisio.
    De alguna manera, al final todos somos un poco niños, o por lo menos, algo nos acordamos de cuando lo éramos.

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  3. Me encanta tu texto. Lástima que la envidia exista...

    Un placer aterrizar y disfrutar de tu blog

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  4. Mª Jesús. El placer es mío por contactar con mi blog.
    Mil gracias por la deferencia.
    La envidia es el peor de los males que aquejan al mundo, porque el que la tiene no vive pensando en la maldad que le puede hacer al vecino, y al que se la tienen no le dejan vivir.
    Un saludo cordial.

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