domingo, 17 de febrero de 2013











                               CAPÍTULO QUINTO         
        


        
        

                                   Trabajo para olvidar
                                   lo que dice el sentimiento,    
                                   y una nube allá en el mar
                                   en su algodón, guarda el cuento
                                              
                                                                       Lía








                                                El tiempo pasó y pasó y un día...
            Así empezó a pasar y a pasar el tiempo. Lis se convirtió en toda una ejecutiva. Trabajaba toda la semana, todos los días. Tenía pocas amigas (más bien Lis tenía amigos), y ahora se dedicaba a otras cosas cuando el día se terminaba. Y ¿a qué cosas?:
            *A pasear por la orilla del mar, y cuando llegaba al puente que tanto le recordaba a Blas, ni lo miraba. Daba la vuelta, porque nunca fue bueno mirar para atrás, y otra vez ajustaba el pensamiento a su soñar.
            *Le contaba a su amigo el sol lo que le había pasado durante el día, y le encargaba que no se olvidara de arropar a Blas, porque aunque feo, triste y arrugadito, alguien lo tendría que cuidar.
            *Buscaba el río al atardecer y chapoteaba por la orilla, donde se mezclaban sus lágrimas con la fina piel de alguna anguila, que la miraba embobada y, con la cola le hacía alguna pamplina.
            También iba de tiendas y compraba lo que le parecía. Más que nada por pasar el tiempo, porque en aquella época , también el tiempo era su amigo.
            Y de tienda en tienda, un día, algo le llamó la atención. Era una caja de color naranja que tenía pintado un montón de cosas que ella muy bien no entendió.
            La miró, la hojeó y la compró. Y saben lo que había dentro...¡Un secador!. Sí sí, un secador de pelo. Lo llevó para casa, lo montó y lo desmontó. Se rieron de ella lo quisieron, y hasta se rió su amigo el sol, que le decía de un modo muy socarrón:
            _¿Para qué quieres ese trasto?. A ti, siempre te he secado el pelo yo.
            Y era verdad. Lis no tenía secador de pelo, porque se lo secaba y se lo dejaba brillante, su amigo el sol.
            Pero Lis era así, y eso tenía poca solución.
            Al anochecer se iba para casa, abría el portal, miraba el buzón ¡por si acaso!... Triste cogía el ascensor y triste se iba a su cuarto, hasta que su amiga la nube la limpiaba su mal humor. Se asomaba a la ventana y con sus manos, cogía la nube y acariciaba las estrellas, que se dejaban mimar por alguien que era muy especial para ellas.
            Luego llegaban los luceros que ya no tenían sirio en la roca, porque la roca y su playa, se habían quedado lejos, muy lejos, tapados por esa arena que en su día había estado radiante y ahora no era más que eso, un trocito de tierra.
            La sirena se había ido al mar. Y desde allí le mandaba mensajes, mensajes que solo Lis sabía captar, y que se los devolvía con los luceros que por la noche la venían a visitar y en su cola, Lis ataba un pañuelo para su amiga la sirena del mar, por si algún día quería y le hacía algodones con su lindo pelo.
            Lis después se dormía, mecida por las olas que la sirena y el mar le enviaban por medio de los luceros. Y se imaginaba en una ola alta, cerca, muy cerca del cielo, donde estaba la Reina, en un trono de roble ligero, rodeada de rosas, claveles, camelias, jazmines y margaritas cuidadas por un especial jardinero, que le hacía un huequecito a Blas, y desde allí, Blas, su Blas, le decía: ¡Te quiero!. ¡Mucho te quiero!.
            Así pasaba la noche, soñando y oyendo a Blas cantarle ¡cuánto te quiero!. Y cuando llegaba el sol, se despedían los luceros, hasta la noche siguiente, si Lis no reñía, y entonces, hasta se ponían serios los astros del universo.
            Cuando abría los ojos a la mañana, buscaba a Blas, pero Blas se había esfumado. Se lo había llevado un lucero para traérselo otra noche y vivir soñando con otro mensajero.
            Pero si estaba su amigo el sol que le decía radiante:
            _Levanta perezosa. Hace rato ya que te espero. ¿Con quién soñabas?. Tenías en tu cara una sonrisa preciosa.
            Lis se acordaba de ... Y se renegaba, y renegaba de todo lo que había a su alrededor, pero luego se levantaba, se vestía, se peinaba, y el sol le ponía en el pelo un prendedor. Y así, linda y bonita, con su radiante prendedor, salía de mañana algo dormidita a trabajar, y en el bolso llevaba un rayo de su amigo el sol.
            Después volvía ya tarde y otra vez a pasear, y... y otra vez la noche, y otra vez vuelta a empezar.
            Así pasaron muchas horas, muchos días y unos pocos meses. Hasta que harta ya de todas estas tonterías pensó:
            _¿Y por qué no lo llamo por teléfono?. Pueden pasar dos cosas:
            1ª Que no lo coja.
            2ª Que si lo coge, me escuche, pero no quiera saber nada, y me diga que no. ¡Pero que me lo diga a mí!. El asunto es entre él y yo.
            Y ya en el caso más grave, puede ser que no me vuelva a hablar nunca más. Pero para saberlo hay que intentarlo. Prefiero que me lo diga a mí y no a los demás. Y como Blas es tan cabezudo, nunca dará su brazo a torcer y nunca me llamará. Así que lo llamo yo.
            Y dicho y hecho: Iba a coger el teléfono, pero se acordó en un “Plis” de “Ita”, su muñeca. Hacía miles de tiempos que Lis no se acordaba de contarle cosas a su muñeca. La vio allí sentada en la cama, olvidada de todos, como un objeto de adorno, pero que no sirve para nada. La cogió, la acarició, la peinó, le colocó el vestido y al punto la informó de lo que pasaba. Le contó las cosas que le había hecho Blas, las que le había hecho ella a Blas, el lío que tenían entre los dos y también como era Blas. Y cuando ya no quedaba nada que contar, Lis se la quedó mirando, esperando un consejo o algo que le quitara un poco la sal que le había dejado el disgusto, y secara las lágrimas que le enseñaba su espejo, con un mucho de sorna y un poco de gusto.
            En esto, le pareció a Lis que su muñeca hablaba y se apresuró a escuchar:
            _Llámale y no seas tonta. ¿Desde cuando te has parado tú a pensar?. Muchas cosas se pueden arreglar de inmediato, y las otras, el tiempo, vas a ver como las va a cambiar.
            Lis se quedó mirando para su muñeca boquiabierta. Le dio un sonoro beso, la volvió a colocar en la cama, le arregló los almohadones y cogió el teléfono.
            Estaba temblando y agarrada a “Ita”, cuando escuchó la voz de Blas. Casi se cae del susto, pero eso, lo vieron “Ita” y ella y nadie más. Pero también Lis era decidida y pensó:
            _A lo hecho, pecho.
            Y después de los saludos de rigor, arregló como pudo (más bien le obligó) una cita con Blas.
            Al día siguiente se verían donde siempre, como amigos, a discutir un asunto que tenían pendiente.
            Esa noche se acostó tempranito, repasó todo lo que le iba a decir a Blas. Se sabía de memoria un largo escrito que había preparado, hasta con palabras técnicas, que su amigo el sol le había soplado.
            Cuando se convenció de que ya lo sabía, se abrazó a “Ita”, Le prometió que nunca, nunca la volvería a olvidar, le guiñó un ojo a su estrella, la arropó su lucero y tomó posición en su habitación para que no se quedara a oscuras. Porque Lis pensaba que si se quedaba a oscuras la habitación, no podría contar las filadas de estrellas que al cerrar los ojos veía, y que según creía, venían a decirle: ¡Buenas noches y hasta mañana, princesa!.
            Así se durmió y soñó...¿Cuántas cosas soñó Lis aquella noche!. Soñó que paseaba de puntillas por encima del agua de un río y se acababa el agua. Soñó con un prado verde lleno de margaritas que se apartaban a su paso y entrelazaban letras que formaban un camino, y el camino acababa, y las margaritas se iluminaban.
            Soñó con el mar y su sirena, que con su cola, le apartaba las olas, y le mostraba un sendero que acababa en las rocas donde estaba sentado Blas, en una piedra que sujetaban las estrellas y que miraba a un lado y a otro esperando ver a...la más grande, a la más linda y , de todas, todas... a la más bella.
            Y soñó tantas cosas bonitas, que casi no tuvo horas la noche para tanto soñar. Pero es que a Lis, le ayudaban a soñar las nubes y los luceros que cuidaban su noche, su dormir y su descansar; y también el dormir de su querida y linda muñeca.
            Y así llegó la mañana, y prontito se fue el lucero, que la dejó en compañía del sol. Lis abrió los ojos y los volvió a cerrar, se había ido el lucero, pero en la puerta estaba el rayo de sol pidiendo permiso para entrar.
            Estaba adormilada, con su cabeza apoyada en la almohada y su pelo negro, reluciente ondeaba en la nube en la que estaba apoyada.
            Repasaba las cosas que soñó, y de pronto, vio la roca de Blas. Estaba sentado mirando al mar, y le parecía que a alguien esperaba...
            De pronto se dio cuenta. ¡Si ya es de día!. Se enfadó con el despertador que no hacía ruido, con la campana que no sonaba y hasta con el agua que se durmió en el río. Su amigo el sol la consoló, la ayudó a arreglarse, le peino el pelo, le brilló las puntas, le planchó el pantalón, le puso carmín en los labios y le animó el corazón.
            Así dispuesta se fue a trabajar, y mientras trabajaba, pensaba en la tarde que tenía que llegar. Como podría mirar a Blas sin que se le arrugara el ojo, como le podría hablas, y como podría cantarle al oído despacito, sin que le oyera nadie, bajito, muy muy bajito, aquellas sonatas que su amiga la sirena le había preparado, y que le trajo del infinito rincón más profundo del mar.
            Esto último lo deshechó porque se imaginó que Blas no estaría para oir sonatas, pero del todo no lo olvidó. Ya llegaría el día en que oyera cantar, y ese día, ¿llegó...?.
            Así fue pasando el día, casi ni comió. Menos mal que Lis también se alimentaba mirando al mar, Y lo tenía tan cerquita... Sus amigos los luceros le daban el pan, y las nubes le ofrecían una sopa rica, que juntaba a los pececillos del mar y que a Lis le parecía el mejor manjar.
            Hasta el café se lo imaginaba, y dirán ustedes; ¿De dónde lo sacaba?. ¿Se acuerdan de las estrellas que veía Lis?. Bien, pues alborozadas juntaban sus puntas, bailando encima de una porcelana blanca, y el sol con un guiño, calentaba aquella danza, y se la ofrecían a lis, para que su mente quedara limpia, lisa y bien alimentada. ¿Se pueden ustedes imaginar comida mejor preparada?.
            Pero llegó la tarde y con ella Lis dejó de soñar. Se avecinaban horas duras; ¿Cómo saludaba a Blas?. ¿le decía ¡hola! Y ya está?. No le parecía lógico ni mucho menos, pero con el tiempo que llevaba sin verlo, y las tonterías que había hecho, tampoco le parecía prudente ir allí con más remilgos. Y pensando y pensando, llegaron las siete. Se hizo la remolona cuando vio a lo lejos a Blas. Habían quedado cerca de la bahía, y los pies se le enrebujaban y no hacía más que tropezar.
            En su bolso llevaba el rayo del sol, que le ayudaba a caminar y que también se reía porque Lis se iba poniendo roja, cada vez más.
            Y llegó el encuentro, y las cosas fueron más fáciles de lo que pensó. Blas le dio un beso y le dijo: ¿Qué tal?. Lis abrió tres veces los ojos y cuando los iba a cerrar, con el rabillo, vio una cara traviesa, y oyó una risa con un algodón detrás , y se dio cuenta que aquel cambio era obra de la espuma del mar, que detrás de ellos, hacía cosquillas con el agua que llegaba y salpicaba la cara de Blas.
            Más contenta y menos tiesa, se abrazó a Blas y casi sin respirar le contó los malos días pasados, y lo que sus amigos le habían ayudado, y también en cuantas veces había pensado desaparecer e irse a otro pueblo, pero a última hora, siempre tenía a “alguien” que la convencía, la ponía otra vez en el suelo y le explicaba donde estaba y lo que hacía su querer.
            Blas no se extrañó mucho, porque ya conocía a Lis, y también conocía su imaginación, y también sabía que cuando Lis abría su corazón, salían hasta luceros que le acompañaban y hacían el camino de vuelta con él. ¡O al menos, eso era lo que decía Lis!.
            Se cogieron de la mano y pasearon su amor camino arriba de la bahía, y no sabía muy bien si eran sus amigos los luceros, que sonreían, pero miraban el agua, y hasta el agua relucía.
            Lis aprovechó y sacó su amor escondido. Le cantó a Blas sus sentimientos al oído. Escuchó el arrullo del gorrión y se lo enseñó a Blas, y en sus manos lo acunó muy calentito, y con su imaginación voló y juntó su querer y su amor, y así mismo, lo puso delante de Blas, para él a su disposición.
            Blas se estaba acostumbrando a estas manifestaciones, y eso a Lis la tenía algo preocupada. Conocía el modo de pensar de Blas, pero de eso, a que se acostumbrara...
            Juntos llegaron a casa de Lis. La noche había cubierto de estrellas su velo y su manto. La luna se había escondido para no molestar, y una estrella fugaz, pasó embalada delante de la pareja, que al percatarse de su amor, dio marcha atrás, viró y con su cola iluminó la carita de Lis que embobada, miraba a Blas con una sonrisa, y con sus mejillas arreboladas le susurraba un ¡te quiero! al mismo tiempo que se soltaba una lágrima, ¿de dónde?, de la nube que envolvía la ilusión de Lis y de Blas.
            Después se fue a su casa, a cenar, dormir y saltar. A contar su ilusión a su gente,  a sus amigos, los que Lis imaginaba en su ventana, abierta o cerrada, o tras aquel lindo cristal. Cenó y contó su querer a su gente, y luego se encerró en su querido lugar, en aquel lugar donde le esperaban sus amigos, los que la habían, desde pequeñita, enseñado a soñar.
            Lis miró a “Ita”, que le sonreía desde el cojín que le arreglaba todos los días su amita. Le dio un beso y le contó... todo lo que le pasó en su tarde tan especial. A su lado colocó su ropa, con un encargo muy personal:
            _Cuídamela mientras duermo, que hoy tiene el olor y el cariño de Blas.
            “Ita” se quedó atónita. Ella ya cuidaba todos los días la ropa de su amita, ¿por qué aquel encargo?. Se puso a pensar, y pensando y pensando, le pareció que aquel día, la ropa de su amita era muy especial.
            Y no se equivocó. Lis no pensaba ni siquiera lavar la ropa, para que no se le fuera el olor. Ahí si que “Ita” se preocupó.
             Se quitó el prendedor del pelo que le había puesto su amigo el sol y lo dejó en la ventana, por si a la mañana se lo cambiaba por un ruiseñor. Se perfumó, se metió en la cama y soltó el pelo encima de la nube de su almohadón. Al punto acudieron las estrellas para peinar y hacer hilos con su melena, hilos que pasaban por encima del edredón.
            Cuando ya estaba a punto de dormirse y los luceros habían iluminado su rincón, se acordó de algo que le empezó a dar vueltas y que en su cabeza se instaló:
            ¿Por qué aquella tarde no habían hablado de nada del tema que los alejó?
            Como no supo contestarse, se lo preguntó a la nube de su almohadón, que se quedó boquiabierta y empezó a buscar a alguien que le buscara respuesta, y encontró a los luceros alegres en su rincón. A ellos les pasó la pregunta y con un poco de sorna y un mucho de atención, le contestaron:
            _¿por qué buscas respuesta a lo que no tiene contestación?. Si no lo habéis hablado, es para que no perdáis la ilusión. Duérmete y ponte a soñar tu vida, que para cuidarte, estamos nosotros en el rincón.
            Lis abrió la boca, la cerró y no contestó, porque también conocía a sus amigos, y sabía que ahora, tenían razón.
            Así que se durmió tranquila, pensando en quien esa noche le pondría bonita su imaginación.
            Y ¿se imaginan ustedes quienes llegaron en cuanto cerró sus ojos?. Todos sus amigos intentaron limpiar su vida, pusieron bonitos sus ojos, le enseñaron perlas lucidas y apartaron de su camino, todo lo feo, y también los matojos.
            Esa fue una noche feliz, en la que no hubo lugar para malas interpretaciones. Veía a Blas en su soñar, como alguien poderoso, que no era como sus amigos, tampoco se reía como ellos, ni siquiera era tan cariñoso; pero para ella tenía un imán que completaba su vida, y la bajaba a la tierra, cuando la imaginación se iba y se le iba hacia fuera.
            Cuando el sol la despertó por la mañana, Lis veía la vida de otra manera, tenían interés las cosas y otra vez volvía a estar feliz en su mundo, en aquel mundo donde Lis vivía imaginando quimeras.
            Así cerró aquel capítulo de su vida, en el que el tiempo se le antojó largo, largo como una enredadera que no tenía flores, y tampoco servía para recordar, más bien era un trapo arrugado que mal se cortó con una tijera.
            Pero lo arrugado, alguna vez, estuvo liso y bonito y cuando se arruga por alguna causa fue, y esa causa sirve para aprender. Aunque a Lis no sé, no sé... Ella no entendía esas cosas y por eso tampoco entendía mucho, que tuviera algo que aprender.


                                                  UN BRILLO
 


       Después de la marea
       un rayo de luz en el horizonte,
       luz que brilla y recrea,
      subiendo hasta el remonte
     y allá arriba en la cima; besa el monte.

                                                 Lía

sábado, 9 de febrero de 2013





CAPÍTULO CUARTO
 


                             Para hablar con la imaginación
                             se necesita mandar a la mente,
                             y juntar la línea y la dimensión
                             entre tu mundo y el que está presente.
                            
                                                                                   Lía





             El autor del cuadro es el pintor, "JOSE ÁNGEL RUIZ GONZÁLEZ" 
            Es la representación en pintura de una de las montañas del Anapurna.
             Elegí, precisamente este porque me pareció que allí , en en la cima de esa montaña, seguro, seguro que la línea y la dimensión del mundo, están presentes.


  



                                            El trabajo, los amigos y la diversión
         Así cerró Lis una etapa de su vida y abrió otra, abrió otra etapa, pero cerró su corazón, a todo lo que no fuera de este mundo, Y un poco también cerró su imaginación. Ya no se le ocurrían cosas lindas y llegó a la conclusión de que para escribirlas feas y heladas, ni siquiera tendría que haber ocasión.
         Así se dedicó a su trabajo, a sus amigos y también a la diversión, que antes ya practicaba, pero ahora tenía que tomar una nueva dimensión.
         Lis no se amilanó, y trató por todos los medios de no perder, con el mundo, la comunicación. Se dedicó a comprar cosas que no sabía muy bien para qué servían, pero así entretenía su pensamiento y su imaginación. Siempre había en su casa un objeto que era digno de admiración, y hacia él dirigía Lis sus miradas, cuando del trabajo llegaba y ya tenía poca opción. Ese objeto era el teléfono... Si Blas llamaba... Si Blas se acordaba... Pero al pronto esos pensamientos los desechaba, porque sino, la reñía su amigo el sol. A la calle se iba a pasear, a mirar o a sabe Dios que. El caso es que siempre se encontraba algo, o a alguien con quien poder pasar esas horas, que antes, pasaban en un “tris”, y ahora no parecían terminar.
         Un día, cuando llegó a casa, estaba encendida la  luz del contestador. No supo por qué , pero el caso es que se echó a temblar, y casi no acertaba a escuchar. ¡Era un mensaje de Blas!. ¡Había llamado!. ¡Y la quería ver!. Pero al momento se volvió a cabrear:
         ¿Por qué Blas llamaba cuando sabía que ella no iba a estar?. Se fue cabreando cada vez más, hasta que su amigo el sol le guiñó un ojo y le dijo:
         _Pero te llamó... Coge el mensaje y vete con él. No le chilles, ni le armes bronca, ni dejes que te la arme él. Pero arregla lo que liasteis, porque si no, no te vas a desprender de su recuerdo, ni de él.
         Lis frunció el entrecejo y se dijo:
         _Pero ¿cómo mi amigo sabe de máquinas, teléfonos y mensajes?.
         Lo pensó un par de veces, vio una luz amarilla en su nariz y se volvió a decir:
         _Mi amigo el sol sabe de todo.
         Así y todo, miró de reojo a su amigo, pero obedeció. Se arregló, se pintó, vistió sus mejores galas (tampoco es que tuviera muchas, pero...sabía usar las que tenía) y al encuentro de Blas se dirigió.
         Y ¡Menudo encuentro!. Ni hola se dijeron. Ninguno de los dos habló. Lis pasó revista a lo que se veía de Blas, y ni pío. Más de cuatro cosas no le gustaron, pero se las aguantó, Y más de cuatro cosas se le ocurrieron para decirle, pero dentro muy dentro las encerró, no se fuera a enterar el sol, y según era de indiscreto, a Blas, se las dijera y más y mejor.
         El encuentro pasó sin pena ni gloria. ¿Ustedes saben cuál puede ser el encuentro de dos amigos, que en un mes no se ven?. Pues éste fue lo mismo, con los saludos de rigor; unos vinos y amén.
         Lis marchó para casa más cabreada todavía. Ella pensaba que aquello ni funcionaba ni funcionaría. Se pasó la noche pensando en como aquello se arreglaría, si es que se podía arreglar, porque ya, ni se lo creía.
         A la mañana siguiente se levantó y marchó a trabajar, y ahí que a media mañana, se le ocurrió llamar a Blas. Con mucha cautela Lis cogió el recado y por la tarde, cuando acabó su trabajo, tenía la intención de ir a reunirse con Blas en el sitio anteriormente acordado. Pero se llevó una sorpresa, más que una sorpresa, un susto. Blas estaba esperándola en el sitio de costumbre; donde la esperaba antes de tener el gran disgusto.
         Le dio un beso, y las cosas se retomaron como si no hubiera pasado un mes de cabreos  y acabaran de estar juntos.
         De todos modos, con el beso, a Lis ya casi se le había olvidado. Aquel día, acabó con un paseo romántico, por la orilla de aquel río que tenía aquel puente tan grande, que a Lis se le antojaba como el techo del cielo cuando estaba, con su amor, debajo.
         El paseo acabó con una flor que Blas cogió de una jardinera y que a Lis le pareció la más bonita de aquella primavera. Y que por cierto, también en todo aquel tiempo, Blas no le había regalado ninguna. ¡Aquella era la primera!.
         Aquella primavera pasó muy deprisa. Lis vivía en una nube que nunca se enfriaba, porque de vez en cuando le mandaba recados al sol con su amigo el gorrión, para que cuidara y acunara su nube. Y su amigo el sol le enviaba con un rayo su contestación. Lis sabía coger los rayos que le enviaba el sol, y tenía más de mil en su corazón.
         Aquí voy a hacer un inciso y me voy a dirigir a mi amiga.
         No sé si tú sabes coger los rayos del sol, pero si no lo sabes, prueba, y verás como desde entonces la vida tiene mil y más de una razón, para ver los problemas pasar y quedarte con esa razón mermada, pero nunca, nunca, podrán quitarte la ilusión.
         ¿Qué cómo se cogen los rayos del sol?. Se cogen al vuelo. Te asomas a la ventana y le guiñas un ojo al sol. Entonces verás volar al gorrión, al aire salir detrás, a la flor entusiasmada colorear. Despertará la mariposa y te dirá: ¡Vente conmigo a soñar!. Entonces el sol te prestará sus gafas, y con él debajo del brazo, con la mariposa, despierta, soñarás.
         Si haces esto, y te acostumbras, querida amiga, serás como Lis, que vivió una vida feliz, con problemas y alegrías, pero sobre todo con una imaginación, que le sirvió de coraza contra las malas artes del mundo, y que gracias a ella, jamás, jamás, nadie, nunca pudo arrancarle la ilusión que le pusieron al nacer, y que acabó siendo su mayor poder.
         Pero sigue leyendo, porque la vida de Lis dio mucho de sí, y una cosa es la que está aquí escrita, y otra muy distinta, la que se puede componer con otras cuatro ideas más y un montón de imaginación, se puede novelar la 2ª parte de la vida de Lis.
         Yo termino ésta, que sería la 1ª. ¿Por qué no escribes tú esa 2ª, y me la envías en otra ocasión?.
         Así seguimos escribiendo, contemplando a Lis con su ajetreada vida y lo que de su parte estaba poniendo. Blas tenía la vida más estudiada y por eso, las sorpresas las ponía Lis, que cuando le parecía, con una llegaba.
         Y hablando de estudiar. Blas trabajaba y estudiaba. ¡Y lo que estudiaba!. En teoría también debía de estudiar Lis, pero solo era en teoría, porque en la práctica, Lis soñaba. Ya estudiaba Blas. Y Lis creía que con eso, llegaba.
         Corría por entonces el mes de abril, de aquella primavera distinta, en la que a Lis no le importaba ni el trabajo lejos, ni las horas de sueño, ni los madrugones previos, ni el llegar tarde, ni el ir y venir de lejos, si al final Blas la esperaba y la llevaba a aquellos sitios de ensueño, donde se veía el aire, se oía el gorrión, suspiraba la camelia y en su oído, sonaba un ¡te quiero!, como puede sonar en una cálida noche, el canto del ruiseñor.
         Sonreían por entonces las flores, que eran amigas de Blas, y desde sus jardineras y jardines, algunas le ofrecían, con mil amores, un regalo para Lis, que al punto las recogía, y con un abrazo y un beso, que no se acababa nunca, a Blas le agradecía el detalle, mientras una rosa se reía, y contemplando el espectáculo, les ofrecía un guiño amable.
         Así empezaba el paseo. En una mano la flor y la otra de la de Blas. Las calles de la ciudad, a Lis, le parecían veredas donde la hierba y las flores eran testigos de sus amores, y de vez en cuando, confundía la luz de las farolas con los rayos de su amigo el sol, y el viento con el halo que deja con su vuelo , al pasar, una paloma.
         Y hablando de palomas. Lis tenía palomas y palomas, que de vez en cuando cogía entre sus manos, y susurrándole al oído, le volaba a Blas algún mensaje, que la paloma transmitía íntegro y se volvía subida en su espléndido carruaje.
         Empezaba ya a salir el sol, y cuando podían, se iban a su playa. Una playa que tenía un paseo largo, tan largo, que nunca se acababa. Ya al atardecer, por allí, por aquel paseo se decían su amor, sus cosas bonitas, que luego Lis pintaba, como idilio que pinta el pintor, cuando en una pareja se ve que canta el amor.
        
                         UN CLAVEL
 

                        Si te suena un cascabel
                        y ves a un gorrión volar,
                        ¿por qué no pueden soñar
                        las puntillas del clavel?.

                        Amor desprende el laurel
                        mirando para el azahar,
                        que huele en su imaginar
                        igual que huele la miel.

                        Y así con su amor juntitos
                        clavel e imaginación,
                        sueñan lugares bonitos.

                        Construir una mansión
                        donde el aire esté clarito,
                        y que arrope su ilusión.

         Ese paseo terminaba en una cala pequeña. Una roca allá al final, dibujaba lindos arabescos, con huecos que había construido el mar, donde Lis y Blas se escondían para que a su amor ni le vieran. Ni le pudieran tocar.
         Alguna vez, les sorprendieron las estrellas, que en su largo caminar, descubrían su escondite, y con su luz, más bien, a molestar.
         Lis las miraba cabreada, y ellas, guiños le hacían al pasar, prometiendo envolver aquel amor, que ya para entonces, estaba a punto de su sueño realizar.
         Blas era su amor y lo sabía, y también lo sabía explotar. Lis se empezaba a dar cuenta de por aquella, que el amor, también tenía una manera más material. De esa manera, se encargaba Blas. Y también era bonito por algún rato despertar en sus brazos, y que te pusiera coger, besar y abrazar.
         Pero... Y como siempre hay un pero en la vida que entorpece la labor; también entre Lis y Blas llegó el tropiezo, que otra vez puso a tambalear su amor.
         Una noche y por el paseo lindo de la playa, se montó una bronca monumental, donde se llamaron de todo, e incluso, los insultos llegaron a aflorar.
         Lis se fue para casa sola, sin despedirse de Blas, con un amigo que la llevó, porque hasta pena, le debió de dar.
         Hasta el portal de su casa le fue llamando de todo lo que pudo, lo habido y lo que ya no se podía llamar.
         Entró en casa de un portazo y al amigo, lo dejó en la escalera, sin más.
         Los amigos de Lis, ya mucho no se extrañaban, pero aquella vez pensaron que la cosa era seria y hasta podía degenerar.
         Del portazo que pegó, se despertó el personal y hubo bronca colectiva  para todos y, para alguien más , si se quería apuntar.
         Esa noche Lis no cenó, se fue a la cama sin pestañear. Cerró la puerta y la ventana para que nadie, nadie se pudiera colar.
         La puerta cerrada,  para que no la molestaran, porque siempre había alguien que te venía a aconsejar. Y ¡para consejos estaba Lis!. ¡Con la puerta le podía dar!.
         La ventana. Se aseguró de que la persiana estuviera corrida, sin un resquicio, nada de nada. Por si su amigo el sol, llegaba de madrugada a prestarle ayuda, a secar sus lágrimas, a colorear su carita y hasta a prestarle sus gafas.
         No quería ver a nadie, pero a nadie de nada.
         Se pasó la noche en blanco, tratando de entender el por qué habían reñido, el por qué se habían peleado. Reconoció que ella había sido la peor, la que más se cabreó, la que más se peleó y hasta la que más insultó. ¡Era “buena” Lis cabreada!. Pero seguro, seguro que algo dijo Blas, o más bien algo hizo, que pilló a Lis en otro mundo, y de repente, tuvo que aterrizar. Por seguro que la culpa la tenía toda Blas. Luego volvía a pensar y a recapitular y... bueno, alguna, una poquita, podía tener ella, pero ¡era tan poca!, que por eso nadie se podía enfadar. Se pasó la noche pensando en...
1-     ¿por qué se estropeó su paseo, su playa y hasta negra se puso la arena del mar?
2-     ¿Por qué ese día no vieron juntos la luz de la estrella que todos los días acunaba sus besos y envolvía sus abrazos con un papel de plata lisa que parecía brillar?
3-     ¿Por qué no vieron agarraditos,  la luz de la última farola, bailar en el agua del mar?
4-     ¿Por qué no saltó la sirena que todos los días les enseñaba su hogar?.
5-     Por qué se arrugó la arena, y se puso cortante como el filo de un cristal?
6-     ¿Por qué Lis se quedó sin palabras bonitas. Aquellas palabras que dejaban a Blas un poco perplejo y “aturrullao”?. ¿Y para más allá?.
7-     ¿Y por qué hasta la luz del faro se puso al revés y miraba para atrás?.
         Saben ustedes cuántos ¿Por qués? Pensó Lis aquella noche, pues miles y cientos de miles y los volvía a pensar, una y otra vez. Y lo malo es que siempre encontraba la misma respuesta, y la culpa siempre, siempre la tenía Blas.
         De madrugada llegó su amigo el sol. Una estrella le había soplado el tamaño “revolcón” que había llevado su amiga, y en un momento se plantó en su ventana con rayos, consejos y calor a montón.
         Llamó en su ventana y no obtuvo contestación. Arañó su persiana y Lis le mandó un bofetón. Puso en la esquina de su cama a su lindo gorrión, y Lis, testaruda, tapó los oídos y le dio un pisotón.
         El sol no se amilanó. Le hizo cosquillas al aire para que el aire calmara su sofocón. Puso rocío en la rosa, para que la rosa limpiara su decepción. Puso perfume en su mano, para que su mano le hiciera una invitación. Y por fin, puso cariño en sus labios, para que sus labios entonaran una canción.
         Y cuando Lis se dio cuenta, estaban sus labios silbando, silbando las notas de aquella canción que le cantaba su amigo el gorrión.
         Se levantó deprisa y a trompicones, abrió la ventana, de un manotazo subió la persiana y se encontró con la cara sonriente de su buen amigo el sol, que estaba esperándola, parapetado tras de una nube, no le fuera a caer un buen chaparrón.
         Lis estaba cansada de llorar y llorar, así que al ver a su amigo, casi, casi respiró. Empezó a llorar otra vez y el sol la dejó un ratito, y luego la llamo al orden y le dijo:
         _¿A qué viene eso de tanto llorar?. Me vas a secar el rayo que para tu carita encargué al marchar.
         _Te esperan tus amigos: La estrella, la sirena, el gorrión y hasta la arena del mar. Por si lo has pensado y quieres mandarle un recado a Blas.
         Lis se tranquilizó. El sol le limpió las lágrimas, le secó la cara y le prestó sus gafas. Así Lis se puso a pensar en lo que podría decirle a Blas. Asomada a la ventana y con el aire detrás, ideó unas cuantas historias, que con un beso de amor, se las envió a Blas envueltas en ese papel de seda que le buscaba la sirena, en un arca que tenía en el fondo del mar.
         Pero aquel día, le falló el sistema y Blas no recibió el recado. O si lo recibió, no le hizo ningún caso.
         Lis se cabreó y le echó la culpa al sol y al viento:
         1º Al sol, porque no calentó la mano de Blas.
         2º Al viento porque no supo llegar a tiempo.
         Así que les dijo un par de “lindezas”, por las que también se enfadó el viento, que se puso a resoplar y el pelo de Lis quedó tieso en un momento.
         El sol tuvo que contemporizar y poner a los dos firmes rápidamente, porque el carácter de Lis, solo lo domaba el sol, y para ello tenía que emplearse a fondo, utilizar sus rayos y atarle el pensamiento.
         Al ratito, y ya un poco más tranquila, se empezó a poner triste, porque ya veía que el asunto era serio. Se pusieron a pensar, Lis, el sol y el viento, en como podrían solucionar lo que mala solución tenía, al menos de momento.
         Así, pensando y pensando, no encontraron solución, porque a Blas no se le ablandaba el pensamiento. Y ya vieron que iba para largo, porque Blas, no entendía mucho eso de los sentimientos.
         Los amigos de Lis se encogieron.
         El sol dejó de lucir y se apoyó en la nube, que con sus bolitas de nieve, calmaba la sed que le producía el ver sufrir a su amiga, que abandonó la estrella que envolvía su amor, porque su amor en un “plis”, había volado como una centella.
         Al viento se le olvidó soplar, como soplaba él, cuando el aire le decía:
         _”Despéjame el camino hasta el mar abierto”.
         La nube empezó a llorar porque ya no hacía falta brillar; y además había que tapar al sol, porque par lo que había que lucir, mejor era nublar.
         A Lis y a Blas les extrañó la estrella, les extrañó la roca, les extrañó la arena, y también les echó en falta la sirena, que se pasaba el atardecer dormida, esperando que en el agua resonara un poema.
         Poema que Lis tenía en el alma, pero que le sonaba poco sincero, porque cuando el alma está triste; ni con cascabeles suena el pandero.
         Así y todo Lis no dio por finalizado su amor y lo siguió intentando, pero ahora dejaría pasar un tiempo. Pondría en orden sus cosas, y también ordenaría su pensamiento. Le haría caso al sol, disfrutaría de cada momento, y si el momento era feliz, mejor, porque la felicidad tampoco borra los lamentos.
         Desayunó, se arregló, se despidió de sus amigos y les encargó que vigilaran a Blas, que lo cuidaran, no fuera a ser que todo quedara en papel, y el papel con el agua se esfumara.
         Ella no quería que Blas fuera su amigo, y mucho menos su enemigo. Ella quería que fuera lo que tenía que ser, y eso, se lo encargaba al sol, a la nube, al lucero y a la estrella; al agua del mar, al azul del neón y a la sirena, para que vigilaran a Blas, no se fuera a  liar con alguna de las que solía encontrar, y luego otra vez a volver a empezar.
         Lis prometió no verlo, ni dirigirle la palabra en todo el tiempo que durara lo que ella iba a ordenar. Pero también encargó a sus amigos que lo vigilaran, no se fuera ni un pelo a pasar, y luego hubiera que poner puntos donde no había “ies”, y todo se fuera a desmoronar.
         Lis tardó, pero se empezó a animar. Y cuando uno se anima, la poesía, tarde o temprano suele llegar, como llega la brisa que, tarde o temprano acaricia el agua del mar.

QUERER  AL MOMENTO

 


            La brisa llamó al mar
            por si `podía ordenar el sentimiento,
            el sentir del juglar,
             juntaba  a Lis y al viento,
   juntaba a Lis y al viento,
            y los ponía a querer; en un momento.

                                                  Lía
















viernes, 1 de febrero de 2013



             


                                  CAPÍTULO TERCERO






                                           Se acabó ya la niñez
                                           Y el gorrión quiso soñar,
                                           Y también quiso volar
                                            Para el mundo poder ver.

                                                                     Lía


                                    












 Llegó a su destino el sol,
y dio vida a aquel lugar.
                                                         
   Cuando  Lis llegó a su destino, allí la esperaba Blas, que estaba un poco mohino, por aquello de “otra vez a trabajar”.
   Pero el primer momento, nadie se lo robó. Lis llegaba algo cansada, pero con la mente puesta en un montón de palabras, acertijos y decires, de los que no dijo ni pio, porque al ver a Blas, todo se le olvidó; aunque  algo allá lejos, le decía: “No lo olvides, que luego se lo dirás”.
   Se fundieron en un abrazo de los de colección y con un largo beso, casi se dijeron: ¡hola! Y ¡Adiós!.No hubo más palabras por el medio, pero a Lis aquello le parecía una larga conversación, en la que contó todo lo que le pasó en el verano, y le pasaron cosas a montón, pero más bien lo contó su imaginación.
   Por esto, ya para Lis, tenía motivos la vida; la vida y el vivir. Aunque luego tuviera líos y que trabajar para subsistir
   Las cosas no empezaron bien aquel año y, Lis se tuvo que trasladar, cambió de lugar y de pueblo y dejó a su Blas en la capital. Ella se fue a trabajar a un barrio de mala fama y peores hechos, donde los compañeros (eso sí), la cuidaban fenomenal.
   Cuando Lis cambió de lugar, Blas y ella recorrieron varios sitios, y de recorrido, en recorrido, trataron de aprovechar lo bonito de cada sitio, para amarse, para quererse y también, otras veces para pasear. Al final, visto lo visto, aquello, tampoco estuvo tan mal.
   Y es que cuando el amor florece, hasta la hierba la miras y se pone a canturrear. Eso le pasaba a Lis, que se llevaba por delante al mundo, aunque al mundo lo moviera un huracán.
   Cuando su trabajo se definió, entendió lis que en aquel lugar y en aquella gente, tenía que despertar, aquello que ella llevaba consigo, que era el gran arte del ¡imaginar!.
   Era gente de un barrio, de un barrio de la capital, donde el dinero precisamente constituía una gran necesidad.
   Su trabajo allí fue duro, pero alegre, porque para la mayoría, aquello era una novedad.
   Lis desplegó sus artes, pero no llegó mucho más allá. Los problemas eran muchos y, ni siquiera, el arte del novelar curó penas ocultas y pasiones que la vida se encargaba de, allí, amontonar.
   Pero aunque trabajó duro, no por ello cesaba de volver y volverlo a intentar.
   Pasaba allí todo el día y, cuando las cosas le salían mal; se imaginaba … en un estanque, con la rana y su croar, con el musgo y con su verde y con el agua y su mirar. Luego se acordaba de Blas… y allí se acababa el imaginar.
   A veces lo veía tan clarito, que mentira le parecía que a distancia lo contemplara así, así de bonito.
   Entonces también hablaba con él y ya empezaba a preparar el encuentro que horas después tendría lugar, a la orilla de aquel río grande, grande, como grande es el sentir del mar.
   Aquel paisaje era bucólico, aquel paseo, casi del Renacimiento, donde Lis hablaba y hablaba y le contaba a su amor Blas, que era como el viento, los avatares habidos, y sobre todo, el poquito más que le quería, su vida en aquel momento.
   En aquel paseo, también discutían. Lis era muy rebelde y cabezuda, y podían en ella los sentimientos, con una sensibilidad que se hería, a poquito que se le cambiara el aire a Blas. Era como si cambiara de lugar el viento. Pero luego, también tenía otra virtud y era la de olvidar el problema que había originado el arrebatamiento.
   Y aunque Lis todavía no lo había pensado, esa rebeldía le iba a ocasionar muchos problemas; los primeros con Blas, que en aquello del mandar, tenía puestos muchos de sus pensamientos.
   Aquellos eran momentos felices, cuando al fin de la discusión y muy agarraditos, paseaban su amor por aquellas calles, por encima del puente. Se decían cosas bonitas, por aquellos bares antiguos y con algún vino enfrente.
   Llegaban así a casa de Lis, donde se imponía la despedida, pero una despedida alegre, porque al otro día con el sol, volvería a vivir horas y horas que para Blas eran normales, pero para ella eran, una parte, su sentir, y la otra parte, el sentir del sentimiento.
   Así que con un abrazo largo… y unos cuantos besos, lis le decía adiós a Blas. Y entre arrumaco y arrumaco, le encargaba que se fuera “pianito” para casa, no fuera a ser que se tropezara con algún otro ¿pensamiento?..
   Lis no era muy celosa, pero tenía un punto en su sentimiento, que si se le atravesaba, luego no podía sacarlo, y aquella espina producía roces y resentimientos.
   Blas se iba y lis subía la escalera pensando que estaba en otro universo. Giraba la llave en la cerradura y, hasta era capaz de a la cerradura darle un beso, si la puerta se le abría sin atascos , aunque en aquellos momentos, le hubieran parecido hasta buenos consejos.
   Disparada, se iba a la ventana de su cuarto, donde la esperaban todos sus amigos, que le limpiaban el polvo y la llenaban de buenas ideas, y le decían cosas bien lindas, y la ponían guapa y tersa para que reluciera como reluce el sol en sus mejores momentos. Luego a cenar y a dormir con su imaginación desplegada por completo. Por almohada tenía Lis la nube, que le quitaba el sudor de los malos momentos. Por colchón tenía Lis el mar, que la paseaba por los países del firmamento. Se tapaba con el sol, que calentaba sus horas de vela. Y enfrente de esta maravilla, Lis contaba por miles, a todos sus pequeños luceros, que iluminaban sus ojos, y hacían descansar sus muchos anhelos.
   Así llegaba la mañana y otra vez a trabajar. Y otra vez iba a soñar con la mente feliz, que le habían preparado, sus amigos con las farolas del firmamento.
   En su trabajo había fiestas, que lis y Blas utilizaban para descansar y pasear su amor por una playa cercana, donde se oía cantar el aire y con el siseo del mar, sonaba una caracola, que Blas le acercaba para decirle al oído:
   _¡Ni ella, ni cien como ella!. Escucha el sonido, e imagínate en el campo y en el centro de más de mil amapolas
   Lis se quedaba abobada y su imaginación soñaba con aquel sitio de amapolas, por entre las que, casi casi, de verdad, revoloteaba.
   Así pasaban los días y también pasaban los meses. Y entre día y día, también bajaban a la tierra y, a la discoteca iban.. Entre baile y baile, Blas aprovechaba para cosas más terrenales, que también necesitaba Lis, pero que no se atrevía a manifestarlas. Ahora que cuando se atrevía, para rato había, y entonces sobraba todo, hasta incluso, la misma y santa poesía.
   También iban al cine, cuando se podía, porque los duros costaban caros, y no siempre se tenían.
   No había filas preferidas. Lis y Blas no ocultaban su amor ni a oscuras, ni con luz, ni a medias tintas. Pero en el cine más de una bronca tenían, porque la película pasaba, y Blas, a lo suyo, y claro, Lis de nada se enteraba.
   Algunas veces le decía
    Quita pesado, que eres un pesado.
   A lo que Blas contestaba:
   _El pesado que a ti te gusta.
   Y con un beso y un pellizco, ya a lis, la película se le acababa y comenzaba ella la suya, que en la tierra no tenía sitio para contarla, porque contar lo que ella se imaginaba, era largo, largo… tan largo como el agua que nace en el manantial, se la lleva la corriente, y acaba mecida en los brazos del ancho mar.
   También de vez en cuando, se juntaban o se encontraban con los amigos.
   Los amigos de Lis, un poco se extrañaban de que aquella relación progresara, porque Lis era la mar de “¿rara?”, y poca, muy poca gente la entendía, porque ella no dejaba entender su alma, que guardaba celosa para él que fuera capaz, de sacarla de aquel estuche bonito, donde el raso se aterciopelaba.
   Blas no llegó nunca a tanto, pero fue el que a Lis más le gustaba. Y como lis era de” prontos”, su pronto más serio fue Blas, y por eso, los amigos, de cuando en cuando se le enfadaban.
   Aquí Lis nos cuenta una anécdota que tuvo con uno de sus amigos:
   Tuvo un día una “enganchada” con un amigo, porque el amigo quería ser algo más que amigo, y a Lis, no le gustaba.
   Otro día se peleó con Blas y salió con otro amigo. Fueron de paseo, de vinos, de copas y a bailar, lejos, bien lejos, donde no se encontraran con nadie que conocieran, ni siquiera con un mal vecino. Lis estaba enfadada, ausente y fastidiada; y hasta trataba mal al amigo que no tenía culpa de nada. Tanto se hartó el amigo, que protestó y con razón. Y medio mustio le dijo así de sopetón:
   _O sea; hace que nos conocemos…, y ni siquiera un agarrón, ni un mal beso, ni nada que te rozara, ni con, ni sin intención. Y ahora llega éste (a Blas le llamó “este”) y al día siguiente, agarraditos de la mano, y claro, otras cosas habrá por el medio; cosas que ni por el forro se parecen a la intención.
   Lis salió de golpe de su cabreo, abrió la boca, la volvió a cerrar y miró a su amigo como si viniera del más allá.
   _Primero: No se llama “éste…”. Se llama Blas y es tu amigo.
   _ Segundo: Yo tengo con él una más que amistad. Y si quieres conservar la tuya, ya puedes ponerte ahora mismo a …
   Aquí se le pasó un poco la furia a Lis y trató de explicarle a su amigo que una cosa era la amistad; ; esa amistad bonita que tenían los dos desde unos años atrás, y otra cosa era el cariño, cariño sin más, que sentía por su amigo Blas.
   Aquí Lis empezó a darle a la cabeza y a imaginar, cosas y más cosas bonitas, de lo que para ella era el cariño y la amistad, y a separar los dos conceptos, con paciencia y sinceridad.
   Lis decía y le explicaba a su amigo:
   _Mira: La Amistad es una conquista que sale del corazón, que te la ponen delante y, hasta un poquito, en ella, influye la razón.
   Y a continuación le colocó esta poesía sin premiso ni remisión:
                            
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

                                LA VIDA Y LA AMISTAD

                             La vida es una conquista
                             y la conquista amistad,
                             y la amistad es bonita
                             si la amistad es verdad.

   El amigo de Lis ya la conocía, por eso no se extrañó mucho. Pero no conocía su faceta artística, así que se asombró lo suficiente como para no volver a hablar.
   _El Cariño, es algo más fuerte, algo más poderoso, que ni manda ni ordena, ni construye puentes. No hay puente que pueda mandar al sentimiento, pero si alguno existe, ese es El Amor, que en un “pis pas”, pone lindo el pensamiento y lo pone a florecer, y hasta le manda recados al viento.
   Y a renglón seguido, le largó otra poesía:


                         LA BRISA Y EL MAR        
 
                             La brisa mandó al soñar
                             y el soñar fue en un vaivén,
                             y el vaivén se encontró al mar
                             y a hablar se quedó con él.

   Lis habló y habló largo rato, hasta que se dio cuenta que su amigo la observaba, callado y también llevaba así un buen rato. Entonces, ella le preguntó:
   _¿Te parece?. Me dirás algo. ¿No?. ¿Estás enfadado?.
   El amigo miró a Lis y le dijo:
   _Te parece que después de ..., pero bueno, vamos a dejarlo... No lo entenderías.
   Y así acabó la velada. Sirvió para ¿explicar?, o ¿despistar? Más al amigo. Pero Lis se durmió esa noche, un poquito más tranquila.
   Una semana duró la pelea. Durante la cual, Blas no la iba a buscar, no la esperaba, no se interesaba por ella, no paseaban su amor, no discutían y no se veían de ninguna manera. A Lis se le cabreó la cabeza un día y a punto estuvo de poner fin a aquello que había nacido bonito, pero que por entonces y dadas las circunstancias, se le antojaba una mala coincidencia.
   Lis rompió fotos, rompió cartas y las tiró, igual que se tira algo que finalizó y no sirve y hasta piensas: ¡Parece que nunca sirvió!.
   Se cabreó, lo pasó mal y buscó refugio. Y se refugió en su piso, en su trabajo y sus amigos; pero,,, sus amigos, eran los amigos de Blas y claro, cuando los veía, algunas veces, veía también a Blas y, curiosamente, le solían pasar dos cosas:
   _1 Se cabreaba y no lo miraba. Se dedicaba a coquetear con los demás amigos, que no salían de su asombro al contemplar las zalamerías de Lis, y los cabreos de Blas. Porque alguno de ellos, también se dejaba querer, un poquito demás.
   De todas las maneras, como Lis y Blas eran una pareja un tanto especial, a los amigos, no les extrañaba mucho, estas escenas fuera de lugar.
   _2 Se dedicaba a coquetear directamente con Blas. Blas era tozudo y tenía un mal aguante, y al final acababan tirándose los trastes y más enfadados que antes.
   Lis se iba para casa, (¡se pueden imaginar!) acordándose de todos los santos, renegando de su mala suerte y jurándose a si misma, que no lo volvería a intentar. Y cuando Lis prometía algo, lo cumplía; y esta vez lo cumplió. Y pasó una temporada larga en la que solo se veían de pasada y hasta se hablaban como si de viejos amigos se tratara.
   A Lis le costó un buen disgusto y casi, casi, una “enfermedad”. En su casa no se le podía hablar, el trabajo le interesaba poco y se había acabado aquello del imaginar. Hasta tal punto que, “alguien” se dio cuenta del resbalón en el que se había metido y pretendió darle un consejo. ¡ Para consejos estaba ella!. Pero aún así se lo dio:
   _¿Por qué no lo arreglas?. Tan lista que fuiste para verlo, ¿por qué no lo arreglas ahora para quererlo?.
   Lis lo puso pingando, le dijo de todo lo imaginable, (y Lis imaginaba... ya saben ustedes) pero también retorcido, cuando las palabras le sonaban a poco amables.
   Pero aquello la puso a pensar dos cosas:
   1_ Si llega Blas a imaginarse, ni tan siquiera a imaginarse,  quien le dio el consejo, ¡la que se hubiera armado!, así que mejor era “ni menearlo”, no fueran a pasar cosas mayores, mejor, ni pensarlo.
   2_ ¿Por qué no se podía intentar otra vez?. A Lis aquello de que fuera ella la que lo intentara, le traía sin cuidado. ¡Buena era ella para esas cosas!, y encima tenía gente detrás que le decía:
   _¡Ánimo y adelante!.
   Y ya conocen ustedes un poco a Lis. Iba para allá como una “bala”, aunque tropezara veinte veces y se volviera con la cabeza agachada. Luego siempre tenía un hombro donde llorar, si las cosas no salían como ella las planeaba.
   De aquella, Lis lo intentó varias veces, porque Blas no cedía ni un ápice del terreno que se había marcado. Blas era muy cuadriculado, y también estaba acostumbrado a sentirse el “jefe” de no se qué “cosa”, de la gente que tenía a menudo a su lado; así que él no iba a poner de su parte nada, que pudiera arreglar , nada, nada.
   Lis lo intentó y lo intentó, hasta que un buen día se hartó, y le dijo:
   _Es la última vez que te lo digo, y la última vez que lo hago. Lis se refería a , más que darle, robarle un beso, porque así se sentía cuando lo hacía; como un cascabel que sonaba a pobre y a viejo.
   A partir de aquí, te dedicas a “otra” que te aguante.
   Lis sabía que había otras, y hasta sabía a lo que se dedicaban. Pero nunca lo dijo hasta ese día. Y lo dijo por fastidiar. Porque tampoco iba a quedar de tonta, como “la tonta del pueblo”, que para eso lis, tenía su orgullo. Ella pertenecía a una cultura distinta, y también tenía una forma distinta de mirar más hacia el futuro, aunque el futuro fuera incierto y, de momento, no tuviera, o tuviera poca verdad..
   _Yo ya te aguanté bastante. Todavía no ha nacido el niño bonito que me traiga a mí de cabeza, y tú, no vas a ser ese...Y a partir de ahí, le echó una bronca monumental.
   Blas, yo creo que no daba crédito a lo que veía y oía. Tan parado se quedó, que se quedó hasta helado. No dijo nada. ¡Para qué!. Se tomó su tiempo... Y su tiempo fue largo, largo... Tan largo
que Lis entendió que aquello que hubo un día, ya no significaba nada; y lo que no significa se acaba, y si se acaba, terminó.
   Lo pasó muy mal. Se le nubló la mente. Escribía cosas frías, tan frías que parecían escarcha. Se le apagaba el sentir, y veía que algo se estaba poniendo oscuro, y lo que se oscurece, se rompe y se deshilacha y acaba por no volver a reir.
   Por entonces, Lis escribía así:
                            
                             El frío inunda el sentir
                             cuando el sentir está helado,
                             el vivir tan apagado
                             que apaga el gris del dormir

   Vio también que su ilusión estaba a punto de desaparecer y se tambaleaba el pedestal que había creado para Blas. Lis lo había construido con fuerte y duro mármol; pero hasta el mármol       se agrieta, y se puede romper. Y si se rompe, se hace trocitos, y los trocitos pueden llegar a hacer heridas en eso que Lis había llamado su gran querer.
   Pero Lis no estaba dispuesta a que se le muriera el sentir. Era demasiado joven para ver la vida al revés, y después de llorar y llorar muchos días, se levantó una mañana de domingo. Se sentó frente a la ventana de su cuarto, miró para el sol, y se imaginó que le estaba hablando.
   ¿Y qué le decía?...
   El sol miraba para Lis, y le guiñaba sus ojos, le secaba sus mejillas, y hasta le prestaba sus gafas (porque Lis pensaba que el sol tenía gafas). Le llamaba “llorona” y así conversaban, como si se tratara de un amigo , o una amiga, o mejor de “su señora”. Lis siempre tuvo en su imaginación una “señora”, que nunca supo muy bien quien era, pero que le resultaba familiar, y además también le ayudaba, de vez en cuando a resolver sus problemas.
   _No llores por alguien que no te sabe querer. (Le decía su amigo el sol). Por alguien que no cuida tu sentir y poco cuida de tu ser.
   Lis se enfureció, se cabreó y se peleó con el sol. El sol era su mejor amigo, pero Blas era su gran querer, y el sol estaba diciendo cosas que a ella no le sonaban extrañas, pero que no las quería ni oir, ni ver.
   El sol siguió y siguió diciendo mil cosas; cosas que Lis iba tirando y tirando al cajón. Pero de repente, Lis escuchó algo bonito, o se imaginó que el sol estaba lindo, y de aquella forma, no podía decir cosas feas. Y el sol no decía cosas feas; estaba pintando con otros colores la vida de Lis. Estaba derritiendo la escarcha que ella había acumulado, y estaba desatascando los canales de su imaginación, para que volviera a mirar al cielo, para que se hiciera amiga del aire, para que viera volar al gorrión, para que olvidara todos sus recelos y para que a la vida le volviera a poner, esa chispa y esa ilusión.
   Lis se quedó embobada mirando al sol. Se secó su cara, se abrieron sus ojos y sonrió su corazón.
   También le dio las gracias, le devolvió sus gafas, y le mandó con el sol un recado a su amigo el gorrión para que cuidara de Blas, y le dijera que en su hacer con él, nunca puso ni una pizca de mala intención.
   Eso lo sabían el sol y Lis, pero ya tenía más dudas de que lo entendiera Blas. De todos modos, tampoco se lo pensaba explicar, porque una cosa era lo que sentía Lis, y otra muy distinta, lo que pudiera pensar Blas.
   Así y todo, el gorrión cumplió su cometido, y le llevó un largo pensamiento a Blas, que si lo leía despacito, se entendía a la perfección, que Lis estaba dispuesta a seguir su camino junto a él, pero no a consentir “caprichos”, que por mal que le pareciera, en ocasiones, se portaba como el enfado de un niño.
   Resumido, el gorrión le dejó este mensaje:


                   EL AVISO DEL MAR


                Se cierra una puerta y una ilusión
               Y otra ilusión nueva pides al mar,
               Y el mar te envía aviso con el gorrión
               Que lindo te lo transcribe el juglar.