viernes, 25 de enero de 2013

Capítulo Segundo


                                                                                                              



CAPÍTULO SEGUNDO






                               Aquellos tiempos de niña
en un pequeño lugar,
recorría la campiña
                                   y así podía soñar.

                                                         Lía



 



                                                                                                       










                                                                                                                                                                                                     
  





AQUELLOS TIEMPOS DE NIÑA...
    EN AQUEL PEQUEÑO LUGAR...

    Un día antes de conocer a Blas, Lis se puso a pensar y a recordar, sus tiempos de niña en aquel pequeño lugar, donde su capullo se abrió en el tronco de aquel rosal que con amor lo cuidó, hasta que su carita feliz asomó y lo grande del mundo a sus pies se esparramó.
    A partir de ahí, una vida la esperó, para vivir, para pensar y soñar y también imaginar, aquello que le pareció y que en su capullo escondida, alguna vez ya imaginó.
    Aquellos tiempos fueron felices, dulces y soñadores. “Cabezuda” como la que más, pero también, mimada y mimosa, pendiente de ella el personal, y ella feliz y linda como una rosa.
    Luego llegó la adolescencia y cambió la dulzura por el aprender más. Se implantó la sabiduría y medio mundo recorrió, persiguiendo ciencia, saber y técnicas de vivir la vida y también el saber estar, con modales, elegancia y mucha, mucha tontería.
    Aprendió un montón de cosas que le sirvieron para vivir independiente, para manejar dinero, para conocer el mundo y a sus gentes, para vivir fuera de aquel “rincón”, para ver el cielo nublado y conocer la ruindad de las gentes. Para tratar con la gente “elegante”, para ser educada y olvidarte de la necesidad de los  menos inteligentes. Y para que se yo..., para multitud de cosas más que te ayudan a pasar la vida siendo ¿feliz?,  pero sólo tú y en tiempo presente.
    Fueron también buenos tiempos. Lis era una adolescente, ignorante, pero adolescente  y se comía el mundo y el mundo la tenía como amiga y ella se creía el centro del universo.
    En ese recorrer, un día, por arte del buen hacer, Lis conoció a Blas  y como que un poco se le paró el reloj , el reloj de aquel correr y funcionó el sentimiento.
    Eran dos personas distintas, pensares distintos, personalidades distintas, educaciones distintas, todo, todo distinto para ensamblar. ¿Cómo se juntaba aquello?...
    LIS veía la vida con alas. Alas que la transportaban a lugares preciosos y coloristas, donde no había un roto, porque siempre estaba aquella “buena modista” que reparaba el desperfecto, y otra vez a soñar y a volar y a salir de lo que no gustaba y lo que no gustaba a tirar y al día siguiente se volvía a enamorar de tantas y tantas cosas... Cosas que le decían:
    _Aquí estamos otra vez. Nos coges y a soñar y a querer.
    BLAS era más del mundo real y práctico, Contaba los duros  como si en ello le fuera el mundo y el mundo se lo pusiera cada vez más duro,.A Blas le tenía muy preocupado eso del dinero. Y si le faltaba ¿qué?... Que ¿y qué?. Para eso tenía Lis la imaginación. Si había dinero se gastaba y a correr. Y si no, se podía uno imaginar... y trasladar a un nacer cálido y tropical donde no hacía falta el dinero, ni contar con el que mañana vendrá. Allí sólo era preciso mirar al mar, subirte a una ola y lejos, muy lejos, volar y amar.
    Pero BLAS, eso no lo entendía y en su mundo  real se mantenía y trataba por todos los medios de meter en el  a Lis. ¿Se la imaginan ustedes?. ¡A Lis contando los duros!  Eso sería una cruel villanía.
    Más de cuatro broncas se organizaban por no querer entender, cual era lo más lógico:
    _¿Pensar o imaginar?
    _Saltar vivir y correr o vivir atado.
    Pero, ¿cómo se puede eso entender...?
    Fueron pasando los tiempos y llegaban otros en los que se separaban. Los dos tenían familias que vivían distantes y tenían que contar con ellas,, porque también con ellos habían contado, ellas, antes.
    Lis marchaba feliz (porque hay que reconocer que Lis era feliz, aquí, allá, hoy, ayer y cuando tuviera que ser). En su pueblo y con su gente se acoplaba y un verano y otro hacía hasta de aprendiz con los suyos, sus amigos y hasta incluso en ocasiones, la trataban como a los ignorantes, un poco o un mucho de “infeliz”.
    Se acordaba mucho de Blas, pero pensaba:
    _Aquí estoy poco tiempo y el que estoy, tengo que aprovecharlo y sentir y llevar conmigo hasta el último sentimiento.
    La pandilla era un elemento muy importante en su vida y la disfrutaba hasta el último momento
    Nunca se olvidaría Lis de los ratos que pasaban “escapados”, de merienda y con el tocadiscos a cuestas,
. ¡Qué hay que ver!, con el sol, no quedaba sano ni un solo disco. Todos doblados y amontonados dentro de alguna cesta.
    Con todas estas historias, a Lis, casi no le quedaba tiempo ni para escribir a Blas que lógicamente protestaba. Porque eso si, puntualmente, escribía casi todos los días y lis pensaba:
    _¿Cómo lo hará?.
    Si ella no tenía tiempo, algunos días ni para desayunar.
    Fue un bonito verano, en el que Lis conoció el valor de la amistad, el sentido de un amigo, el sentir de la realidad, la existencia de un vecino y el calor de la verdad. Allí se enamoró de su pueblo, de sus amigos, de su pandilla y de esa claridad que tiene el sentirse bien, y olvidar los problemas y la falsa realidad.
     Y es que Lis se sentía bien con poca cosa, o con mucha, según se entienda o se pueda apreciar. ¡ Cuántas mentiras contaban! para en realidad tapar, todas las correrías inocentes, pero que al final , iban a traer más de una particularidad.
     Pero Lis era feliz. Solo tenía un problema. Se acordaba mucho de Blas y de que haría y con quién estaría y, llegados a este punto fruncía el entrecejo y las cosas se le torcían.
     Lis no era celosa, pero el punto aquel... se le antojaba y se le oscurecía.
     Un día mientras desayunaba, y todavía algo dormida, el cartero le dejó un largo y bonito recado,  en el que con la punta del aire, Blas contento , le decía:
     _El sábado voy a verte y, de paso, te voy a dar una sorpresa, además de quererte.

     Aquí despertó Lis de golpe y, rápidamente se puso a preparar la visita. ¡Faltaban dos días! y se le antojaron...
     Por un lado, nada de tiempo. Tenía que buscar que se ponía. También tenía que estar guapa y avisar a toda la mocedad de quien venía.
     Por otro lado era un montón de tiempo, porque se le amontonaban las horas. ¿Cuándo pasarían los días?, ¿cuándo llegaría Blas?, su imaginación le plastificaba el momento.
     Empezó a preparar cosas, que una vez hechas, las desechaba. Ayudaba en las tareas de casa y, ¡hasta fregaba!. Incluso hacía favores y, alguna camisa que otra planchaba. Y todo lo hacía alegre y también cantaba.
     En su casa mucho no se extrañaban, porque Lis siempre fue imprevisible y, aquello dentro de lo ¿normal? en ella entraba.
     De la visita no dijo nada; hasta el sábado a la mañana. Solo su muñeca, sabía todo lo que se avecinaba.
     _¿Por cierto?. ¿No se lo he dicho?. Lis tenía una muñeca que era algo así como su segunda alma.
     El sábado se levantó pronto, se pintó (aunque Lis, siempre estaba guapa) y se acicaló y se puso de punta en blanco. La gente se extrañó y, empezó a hablar y a hablar, de lo que su amor y ella iban a hacer ese fin de semana.
     Nadie dijo ni pío, y aunque lo hicieran, iba a ser valdío, porque Lis, tenía el programa trazado y no permitió que nadie se lo torciera, ni siquiera , con la noche, el rocío.
     Llegó la hora por fin, y también llegó su amor y ¿saben ustedes lo que también llegó?; llegó la “sorpresa” para Lis, que casi muda se quedó. La sorpresa era un coche, un precioso coche, pequeño  y utilitario, pero a Lis le pareció... como el mercedes del Rey; lindo, lujoso y hasta casi blindado.
     Era blanco como una paloma, la paloma que Lis sentía en sus sueños, cuando la nieve del invierno cubría de algodón los campos, y ella veía la paloma y el algodón debajo de su ventana y en su pueblo, como un manto blanco.
     Lis se colgó de su Blas y con él, se metió en el coche. Con él también recorrió los caminos y calles de su pueblo y entorno y hasta casi se imaginó, que era una princesa y la princesa tenía un amor y su amor era su lindo y apuesto chófer.
     Nunca se le olvidaría a Lis ese fin de semana. Sus amigos le preguntaban:
     _¿Y quién es éste?
     Y ella respondía:
     _La mitad de la sorpresa, la otra, la conocereis en su día, o quizá mañana.
     Su pandilla, en cambio no se extrañó porque conocían a Lis y sabían que ella era así
    Pero si que hubo sus comentarios, a los que Lis respondía:
    _¿Os gusta?. Es mejor que sí, porque vais a tener que como uno más, aceptarlo.
    Hubo de todo. Unos, desde el principio lo aceptaron y otros tuvieron sus más y sus menos, pero al final acabaron claudicando. Lo importante era la felicidad de Lis, y parecía que al fin había llegado.
    Ese fin de semana se esfumó, e hizo hueco en una nube de ensueño, a la que miraba Lis cada mañana y a la que dirigía sus pensamientos y luego con su muñeca charlaba. ¡Aquellos eran tiempos felices!, y podían durar... todo lo que ella se imaginaba.
    Aquel verano fue inolvidable. Lis creyó que había tocado el cielo y  un halo de olor la acompañaba. Su amor olía a miel y ni por lo más remoto se imaginaba que, algún día aquello tendría un final y que a lo mejor, como un clavel se mustia, así iba a quedar aquel olor tan especial.
    Se acabó la visita y casi se acabó el verano. Pero todavía Lis aprovechó los días para correr aventuras con su panda, y también, para alguna que otra vez, reñir con sus hermanos.
    En casa de Lis la gente era tranquila, por eso no entendían mucho su forma de ser, aunque ya estaban acostumbrados, y hasta algunas veces, si las cosas se ponían serias (que se ponían), sus hermanos, también la defendían. Ni ella misma sabía por qué era así, pero era.
    En una de estas aventuras, un día cualquiera de la última semana de las vacaciones, Lis se escapó con su pandilla a un lugar precioso que había más allá, más lejos de su pueblo y de su casa. Era un pueblecito pequeño, a la orilla del monte y con sus gentes. De camino por el monte, se esparcían los árboles, los arbustos, las zarzas, las flores silvestres y las amapolas; hasta llegar a un descampado donde la hierba era bajita, reía el agua de un río, hacían cabriolas los peces, brillaban las piedras y sonreían las margaritas.
    Allí instalaron el campamento. Con un viejo tocadiscos, bocadillos, refrescos sin nevera y calor, mucho calor. Fueron felices, se divirtieron como ellos sabían hacerlo, se olvidaron del mundo, bailaron y, en su diversión, los peces del río y los pájaros del cielo se pararon y les cantaron una canción.
    El paisaje bucólico, desapareció cuando llegaron a casa. A Lis le esperaba un buen castigo, bien pensado y planeado, pero cuando llegó y puso angelical su cara, el castigo de desvaneció. Hubo cabreo generalizado,`pero calladita se durmió, y al día siguiente despertó con su muñeca, guapa, lista, linda y acicalada, y después de desayunar, de paseo se marchó.
    Así llegó el final del verano y otra vez a trabajar. Algo de pena tenía, pero se puso otra vez a imaginar…aquellos paseos por la ría, aquellos besos llenos de melancolía y hasta aquellos vinos, de bar en bar, que de la mano de su más amigo recorría, día a día, al final de su azaroso trabajar.
    Y entonces aquello le parecía otra vida y, deseando estaba que llegara aquello que a ella le parecía del más allá.
    Y el final llegó, porque todo llega en esta vida. Otra vez, las maletas, rumbo puesto ¿a dónde?... a la “conchinchina”, si al término de ese rumbo, estaba quien tenía que estar. Y Lis sabía que estaría.



Un Momento



El verano tocó fin
y se impuso la razón,
 el trabajo y su patrón
borraron el colorín.
                                                                                                                                                                                                                                                            Quedó lejos el jardín
            y también aquel rincón,
                       donde  juntó la pasión  
                       a  la flor con el jazmín.

Pero fue tras el cristal
Y el ligero movimiento,
Y el final de lo estival.
                       
                        Los que sonaron el cuento
                        Que llegaba magistral,
                        Y dio vida a este momento.
           

                                                                                                                                                                                                           
                                                     











2 comentarios:

  1. te felicito porque demás de ser una historia hermosa, la has escrito de esta forma que no es nada sencilla y que requiere de una mente talentosa para que tenga el ritmo y la fluidez necesarios, gracias por compartir tu talento xoxo, eliz

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  2. Muchas gracias Eliz.
    Supongo que esta manera de escribir la prosa, son las tendencias que me llegan de mi alma de poeta.
    Y tb supongo que para entenderla, se necesita una mente inteligente como la tuya y un alma sensible como la que, a través de tus líneas, manifiestas.
    Un abrazo grande.

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