viernes, 1 de febrero de 2013



             


                                  CAPÍTULO TERCERO






                                           Se acabó ya la niñez
                                           Y el gorrión quiso soñar,
                                           Y también quiso volar
                                            Para el mundo poder ver.

                                                                     Lía


                                    












 Llegó a su destino el sol,
y dio vida a aquel lugar.
                                                         
   Cuando  Lis llegó a su destino, allí la esperaba Blas, que estaba un poco mohino, por aquello de “otra vez a trabajar”.
   Pero el primer momento, nadie se lo robó. Lis llegaba algo cansada, pero con la mente puesta en un montón de palabras, acertijos y decires, de los que no dijo ni pio, porque al ver a Blas, todo se le olvidó; aunque  algo allá lejos, le decía: “No lo olvides, que luego se lo dirás”.
   Se fundieron en un abrazo de los de colección y con un largo beso, casi se dijeron: ¡hola! Y ¡Adiós!.No hubo más palabras por el medio, pero a Lis aquello le parecía una larga conversación, en la que contó todo lo que le pasó en el verano, y le pasaron cosas a montón, pero más bien lo contó su imaginación.
   Por esto, ya para Lis, tenía motivos la vida; la vida y el vivir. Aunque luego tuviera líos y que trabajar para subsistir
   Las cosas no empezaron bien aquel año y, Lis se tuvo que trasladar, cambió de lugar y de pueblo y dejó a su Blas en la capital. Ella se fue a trabajar a un barrio de mala fama y peores hechos, donde los compañeros (eso sí), la cuidaban fenomenal.
   Cuando Lis cambió de lugar, Blas y ella recorrieron varios sitios, y de recorrido, en recorrido, trataron de aprovechar lo bonito de cada sitio, para amarse, para quererse y también, otras veces para pasear. Al final, visto lo visto, aquello, tampoco estuvo tan mal.
   Y es que cuando el amor florece, hasta la hierba la miras y se pone a canturrear. Eso le pasaba a Lis, que se llevaba por delante al mundo, aunque al mundo lo moviera un huracán.
   Cuando su trabajo se definió, entendió lis que en aquel lugar y en aquella gente, tenía que despertar, aquello que ella llevaba consigo, que era el gran arte del ¡imaginar!.
   Era gente de un barrio, de un barrio de la capital, donde el dinero precisamente constituía una gran necesidad.
   Su trabajo allí fue duro, pero alegre, porque para la mayoría, aquello era una novedad.
   Lis desplegó sus artes, pero no llegó mucho más allá. Los problemas eran muchos y, ni siquiera, el arte del novelar curó penas ocultas y pasiones que la vida se encargaba de, allí, amontonar.
   Pero aunque trabajó duro, no por ello cesaba de volver y volverlo a intentar.
   Pasaba allí todo el día y, cuando las cosas le salían mal; se imaginaba … en un estanque, con la rana y su croar, con el musgo y con su verde y con el agua y su mirar. Luego se acordaba de Blas… y allí se acababa el imaginar.
   A veces lo veía tan clarito, que mentira le parecía que a distancia lo contemplara así, así de bonito.
   Entonces también hablaba con él y ya empezaba a preparar el encuentro que horas después tendría lugar, a la orilla de aquel río grande, grande, como grande es el sentir del mar.
   Aquel paisaje era bucólico, aquel paseo, casi del Renacimiento, donde Lis hablaba y hablaba y le contaba a su amor Blas, que era como el viento, los avatares habidos, y sobre todo, el poquito más que le quería, su vida en aquel momento.
   En aquel paseo, también discutían. Lis era muy rebelde y cabezuda, y podían en ella los sentimientos, con una sensibilidad que se hería, a poquito que se le cambiara el aire a Blas. Era como si cambiara de lugar el viento. Pero luego, también tenía otra virtud y era la de olvidar el problema que había originado el arrebatamiento.
   Y aunque Lis todavía no lo había pensado, esa rebeldía le iba a ocasionar muchos problemas; los primeros con Blas, que en aquello del mandar, tenía puestos muchos de sus pensamientos.
   Aquellos eran momentos felices, cuando al fin de la discusión y muy agarraditos, paseaban su amor por aquellas calles, por encima del puente. Se decían cosas bonitas, por aquellos bares antiguos y con algún vino enfrente.
   Llegaban así a casa de Lis, donde se imponía la despedida, pero una despedida alegre, porque al otro día con el sol, volvería a vivir horas y horas que para Blas eran normales, pero para ella eran, una parte, su sentir, y la otra parte, el sentir del sentimiento.
   Así que con un abrazo largo… y unos cuantos besos, lis le decía adiós a Blas. Y entre arrumaco y arrumaco, le encargaba que se fuera “pianito” para casa, no fuera a ser que se tropezara con algún otro ¿pensamiento?..
   Lis no era muy celosa, pero tenía un punto en su sentimiento, que si se le atravesaba, luego no podía sacarlo, y aquella espina producía roces y resentimientos.
   Blas se iba y lis subía la escalera pensando que estaba en otro universo. Giraba la llave en la cerradura y, hasta era capaz de a la cerradura darle un beso, si la puerta se le abría sin atascos , aunque en aquellos momentos, le hubieran parecido hasta buenos consejos.
   Disparada, se iba a la ventana de su cuarto, donde la esperaban todos sus amigos, que le limpiaban el polvo y la llenaban de buenas ideas, y le decían cosas bien lindas, y la ponían guapa y tersa para que reluciera como reluce el sol en sus mejores momentos. Luego a cenar y a dormir con su imaginación desplegada por completo. Por almohada tenía Lis la nube, que le quitaba el sudor de los malos momentos. Por colchón tenía Lis el mar, que la paseaba por los países del firmamento. Se tapaba con el sol, que calentaba sus horas de vela. Y enfrente de esta maravilla, Lis contaba por miles, a todos sus pequeños luceros, que iluminaban sus ojos, y hacían descansar sus muchos anhelos.
   Así llegaba la mañana y otra vez a trabajar. Y otra vez iba a soñar con la mente feliz, que le habían preparado, sus amigos con las farolas del firmamento.
   En su trabajo había fiestas, que lis y Blas utilizaban para descansar y pasear su amor por una playa cercana, donde se oía cantar el aire y con el siseo del mar, sonaba una caracola, que Blas le acercaba para decirle al oído:
   _¡Ni ella, ni cien como ella!. Escucha el sonido, e imagínate en el campo y en el centro de más de mil amapolas
   Lis se quedaba abobada y su imaginación soñaba con aquel sitio de amapolas, por entre las que, casi casi, de verdad, revoloteaba.
   Así pasaban los días y también pasaban los meses. Y entre día y día, también bajaban a la tierra y, a la discoteca iban.. Entre baile y baile, Blas aprovechaba para cosas más terrenales, que también necesitaba Lis, pero que no se atrevía a manifestarlas. Ahora que cuando se atrevía, para rato había, y entonces sobraba todo, hasta incluso, la misma y santa poesía.
   También iban al cine, cuando se podía, porque los duros costaban caros, y no siempre se tenían.
   No había filas preferidas. Lis y Blas no ocultaban su amor ni a oscuras, ni con luz, ni a medias tintas. Pero en el cine más de una bronca tenían, porque la película pasaba, y Blas, a lo suyo, y claro, Lis de nada se enteraba.
   Algunas veces le decía
    Quita pesado, que eres un pesado.
   A lo que Blas contestaba:
   _El pesado que a ti te gusta.
   Y con un beso y un pellizco, ya a lis, la película se le acababa y comenzaba ella la suya, que en la tierra no tenía sitio para contarla, porque contar lo que ella se imaginaba, era largo, largo… tan largo como el agua que nace en el manantial, se la lleva la corriente, y acaba mecida en los brazos del ancho mar.
   También de vez en cuando, se juntaban o se encontraban con los amigos.
   Los amigos de Lis, un poco se extrañaban de que aquella relación progresara, porque Lis era la mar de “¿rara?”, y poca, muy poca gente la entendía, porque ella no dejaba entender su alma, que guardaba celosa para él que fuera capaz, de sacarla de aquel estuche bonito, donde el raso se aterciopelaba.
   Blas no llegó nunca a tanto, pero fue el que a Lis más le gustaba. Y como lis era de” prontos”, su pronto más serio fue Blas, y por eso, los amigos, de cuando en cuando se le enfadaban.
   Aquí Lis nos cuenta una anécdota que tuvo con uno de sus amigos:
   Tuvo un día una “enganchada” con un amigo, porque el amigo quería ser algo más que amigo, y a Lis, no le gustaba.
   Otro día se peleó con Blas y salió con otro amigo. Fueron de paseo, de vinos, de copas y a bailar, lejos, bien lejos, donde no se encontraran con nadie que conocieran, ni siquiera con un mal vecino. Lis estaba enfadada, ausente y fastidiada; y hasta trataba mal al amigo que no tenía culpa de nada. Tanto se hartó el amigo, que protestó y con razón. Y medio mustio le dijo así de sopetón:
   _O sea; hace que nos conocemos…, y ni siquiera un agarrón, ni un mal beso, ni nada que te rozara, ni con, ni sin intención. Y ahora llega éste (a Blas le llamó “este”) y al día siguiente, agarraditos de la mano, y claro, otras cosas habrá por el medio; cosas que ni por el forro se parecen a la intención.
   Lis salió de golpe de su cabreo, abrió la boca, la volvió a cerrar y miró a su amigo como si viniera del más allá.
   _Primero: No se llama “éste…”. Se llama Blas y es tu amigo.
   _ Segundo: Yo tengo con él una más que amistad. Y si quieres conservar la tuya, ya puedes ponerte ahora mismo a …
   Aquí se le pasó un poco la furia a Lis y trató de explicarle a su amigo que una cosa era la amistad; ; esa amistad bonita que tenían los dos desde unos años atrás, y otra cosa era el cariño, cariño sin más, que sentía por su amigo Blas.
   Aquí Lis empezó a darle a la cabeza y a imaginar, cosas y más cosas bonitas, de lo que para ella era el cariño y la amistad, y a separar los dos conceptos, con paciencia y sinceridad.
   Lis decía y le explicaba a su amigo:
   _Mira: La Amistad es una conquista que sale del corazón, que te la ponen delante y, hasta un poquito, en ella, influye la razón.
   Y a continuación le colocó esta poesía sin premiso ni remisión:
                            
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

                                LA VIDA Y LA AMISTAD

                             La vida es una conquista
                             y la conquista amistad,
                             y la amistad es bonita
                             si la amistad es verdad.

   El amigo de Lis ya la conocía, por eso no se extrañó mucho. Pero no conocía su faceta artística, así que se asombró lo suficiente como para no volver a hablar.
   _El Cariño, es algo más fuerte, algo más poderoso, que ni manda ni ordena, ni construye puentes. No hay puente que pueda mandar al sentimiento, pero si alguno existe, ese es El Amor, que en un “pis pas”, pone lindo el pensamiento y lo pone a florecer, y hasta le manda recados al viento.
   Y a renglón seguido, le largó otra poesía:


                         LA BRISA Y EL MAR        
 
                             La brisa mandó al soñar
                             y el soñar fue en un vaivén,
                             y el vaivén se encontró al mar
                             y a hablar se quedó con él.

   Lis habló y habló largo rato, hasta que se dio cuenta que su amigo la observaba, callado y también llevaba así un buen rato. Entonces, ella le preguntó:
   _¿Te parece?. Me dirás algo. ¿No?. ¿Estás enfadado?.
   El amigo miró a Lis y le dijo:
   _Te parece que después de ..., pero bueno, vamos a dejarlo... No lo entenderías.
   Y así acabó la velada. Sirvió para ¿explicar?, o ¿despistar? Más al amigo. Pero Lis se durmió esa noche, un poquito más tranquila.
   Una semana duró la pelea. Durante la cual, Blas no la iba a buscar, no la esperaba, no se interesaba por ella, no paseaban su amor, no discutían y no se veían de ninguna manera. A Lis se le cabreó la cabeza un día y a punto estuvo de poner fin a aquello que había nacido bonito, pero que por entonces y dadas las circunstancias, se le antojaba una mala coincidencia.
   Lis rompió fotos, rompió cartas y las tiró, igual que se tira algo que finalizó y no sirve y hasta piensas: ¡Parece que nunca sirvió!.
   Se cabreó, lo pasó mal y buscó refugio. Y se refugió en su piso, en su trabajo y sus amigos; pero,,, sus amigos, eran los amigos de Blas y claro, cuando los veía, algunas veces, veía también a Blas y, curiosamente, le solían pasar dos cosas:
   _1 Se cabreaba y no lo miraba. Se dedicaba a coquetear con los demás amigos, que no salían de su asombro al contemplar las zalamerías de Lis, y los cabreos de Blas. Porque alguno de ellos, también se dejaba querer, un poquito demás.
   De todas las maneras, como Lis y Blas eran una pareja un tanto especial, a los amigos, no les extrañaba mucho, estas escenas fuera de lugar.
   _2 Se dedicaba a coquetear directamente con Blas. Blas era tozudo y tenía un mal aguante, y al final acababan tirándose los trastes y más enfadados que antes.
   Lis se iba para casa, (¡se pueden imaginar!) acordándose de todos los santos, renegando de su mala suerte y jurándose a si misma, que no lo volvería a intentar. Y cuando Lis prometía algo, lo cumplía; y esta vez lo cumplió. Y pasó una temporada larga en la que solo se veían de pasada y hasta se hablaban como si de viejos amigos se tratara.
   A Lis le costó un buen disgusto y casi, casi, una “enfermedad”. En su casa no se le podía hablar, el trabajo le interesaba poco y se había acabado aquello del imaginar. Hasta tal punto que, “alguien” se dio cuenta del resbalón en el que se había metido y pretendió darle un consejo. ¡ Para consejos estaba ella!. Pero aún así se lo dio:
   _¿Por qué no lo arreglas?. Tan lista que fuiste para verlo, ¿por qué no lo arreglas ahora para quererlo?.
   Lis lo puso pingando, le dijo de todo lo imaginable, (y Lis imaginaba... ya saben ustedes) pero también retorcido, cuando las palabras le sonaban a poco amables.
   Pero aquello la puso a pensar dos cosas:
   1_ Si llega Blas a imaginarse, ni tan siquiera a imaginarse,  quien le dio el consejo, ¡la que se hubiera armado!, así que mejor era “ni menearlo”, no fueran a pasar cosas mayores, mejor, ni pensarlo.
   2_ ¿Por qué no se podía intentar otra vez?. A Lis aquello de que fuera ella la que lo intentara, le traía sin cuidado. ¡Buena era ella para esas cosas!, y encima tenía gente detrás que le decía:
   _¡Ánimo y adelante!.
   Y ya conocen ustedes un poco a Lis. Iba para allá como una “bala”, aunque tropezara veinte veces y se volviera con la cabeza agachada. Luego siempre tenía un hombro donde llorar, si las cosas no salían como ella las planeaba.
   De aquella, Lis lo intentó varias veces, porque Blas no cedía ni un ápice del terreno que se había marcado. Blas era muy cuadriculado, y también estaba acostumbrado a sentirse el “jefe” de no se qué “cosa”, de la gente que tenía a menudo a su lado; así que él no iba a poner de su parte nada, que pudiera arreglar , nada, nada.
   Lis lo intentó y lo intentó, hasta que un buen día se hartó, y le dijo:
   _Es la última vez que te lo digo, y la última vez que lo hago. Lis se refería a , más que darle, robarle un beso, porque así se sentía cuando lo hacía; como un cascabel que sonaba a pobre y a viejo.
   A partir de aquí, te dedicas a “otra” que te aguante.
   Lis sabía que había otras, y hasta sabía a lo que se dedicaban. Pero nunca lo dijo hasta ese día. Y lo dijo por fastidiar. Porque tampoco iba a quedar de tonta, como “la tonta del pueblo”, que para eso lis, tenía su orgullo. Ella pertenecía a una cultura distinta, y también tenía una forma distinta de mirar más hacia el futuro, aunque el futuro fuera incierto y, de momento, no tuviera, o tuviera poca verdad..
   _Yo ya te aguanté bastante. Todavía no ha nacido el niño bonito que me traiga a mí de cabeza, y tú, no vas a ser ese...Y a partir de ahí, le echó una bronca monumental.
   Blas, yo creo que no daba crédito a lo que veía y oía. Tan parado se quedó, que se quedó hasta helado. No dijo nada. ¡Para qué!. Se tomó su tiempo... Y su tiempo fue largo, largo... Tan largo
que Lis entendió que aquello que hubo un día, ya no significaba nada; y lo que no significa se acaba, y si se acaba, terminó.
   Lo pasó muy mal. Se le nubló la mente. Escribía cosas frías, tan frías que parecían escarcha. Se le apagaba el sentir, y veía que algo se estaba poniendo oscuro, y lo que se oscurece, se rompe y se deshilacha y acaba por no volver a reir.
   Por entonces, Lis escribía así:
                            
                             El frío inunda el sentir
                             cuando el sentir está helado,
                             el vivir tan apagado
                             que apaga el gris del dormir

   Vio también que su ilusión estaba a punto de desaparecer y se tambaleaba el pedestal que había creado para Blas. Lis lo había construido con fuerte y duro mármol; pero hasta el mármol       se agrieta, y se puede romper. Y si se rompe, se hace trocitos, y los trocitos pueden llegar a hacer heridas en eso que Lis había llamado su gran querer.
   Pero Lis no estaba dispuesta a que se le muriera el sentir. Era demasiado joven para ver la vida al revés, y después de llorar y llorar muchos días, se levantó una mañana de domingo. Se sentó frente a la ventana de su cuarto, miró para el sol, y se imaginó que le estaba hablando.
   ¿Y qué le decía?...
   El sol miraba para Lis, y le guiñaba sus ojos, le secaba sus mejillas, y hasta le prestaba sus gafas (porque Lis pensaba que el sol tenía gafas). Le llamaba “llorona” y así conversaban, como si se tratara de un amigo , o una amiga, o mejor de “su señora”. Lis siempre tuvo en su imaginación una “señora”, que nunca supo muy bien quien era, pero que le resultaba familiar, y además también le ayudaba, de vez en cuando a resolver sus problemas.
   _No llores por alguien que no te sabe querer. (Le decía su amigo el sol). Por alguien que no cuida tu sentir y poco cuida de tu ser.
   Lis se enfureció, se cabreó y se peleó con el sol. El sol era su mejor amigo, pero Blas era su gran querer, y el sol estaba diciendo cosas que a ella no le sonaban extrañas, pero que no las quería ni oir, ni ver.
   El sol siguió y siguió diciendo mil cosas; cosas que Lis iba tirando y tirando al cajón. Pero de repente, Lis escuchó algo bonito, o se imaginó que el sol estaba lindo, y de aquella forma, no podía decir cosas feas. Y el sol no decía cosas feas; estaba pintando con otros colores la vida de Lis. Estaba derritiendo la escarcha que ella había acumulado, y estaba desatascando los canales de su imaginación, para que volviera a mirar al cielo, para que se hiciera amiga del aire, para que viera volar al gorrión, para que olvidara todos sus recelos y para que a la vida le volviera a poner, esa chispa y esa ilusión.
   Lis se quedó embobada mirando al sol. Se secó su cara, se abrieron sus ojos y sonrió su corazón.
   También le dio las gracias, le devolvió sus gafas, y le mandó con el sol un recado a su amigo el gorrión para que cuidara de Blas, y le dijera que en su hacer con él, nunca puso ni una pizca de mala intención.
   Eso lo sabían el sol y Lis, pero ya tenía más dudas de que lo entendiera Blas. De todos modos, tampoco se lo pensaba explicar, porque una cosa era lo que sentía Lis, y otra muy distinta, lo que pudiera pensar Blas.
   Así y todo, el gorrión cumplió su cometido, y le llevó un largo pensamiento a Blas, que si lo leía despacito, se entendía a la perfección, que Lis estaba dispuesta a seguir su camino junto a él, pero no a consentir “caprichos”, que por mal que le pareciera, en ocasiones, se portaba como el enfado de un niño.
   Resumido, el gorrión le dejó este mensaje:


                   EL AVISO DEL MAR


                Se cierra una puerta y una ilusión
               Y otra ilusión nueva pides al mar,
               Y el mar te envía aviso con el gorrión
               Que lindo te lo transcribe el juglar.

                                                          





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