domingo, 17 de febrero de 2013











                               CAPÍTULO QUINTO         
        


        
        

                                   Trabajo para olvidar
                                   lo que dice el sentimiento,    
                                   y una nube allá en el mar
                                   en su algodón, guarda el cuento
                                              
                                                                       Lía








                                                El tiempo pasó y pasó y un día...
            Así empezó a pasar y a pasar el tiempo. Lis se convirtió en toda una ejecutiva. Trabajaba toda la semana, todos los días. Tenía pocas amigas (más bien Lis tenía amigos), y ahora se dedicaba a otras cosas cuando el día se terminaba. Y ¿a qué cosas?:
            *A pasear por la orilla del mar, y cuando llegaba al puente que tanto le recordaba a Blas, ni lo miraba. Daba la vuelta, porque nunca fue bueno mirar para atrás, y otra vez ajustaba el pensamiento a su soñar.
            *Le contaba a su amigo el sol lo que le había pasado durante el día, y le encargaba que no se olvidara de arropar a Blas, porque aunque feo, triste y arrugadito, alguien lo tendría que cuidar.
            *Buscaba el río al atardecer y chapoteaba por la orilla, donde se mezclaban sus lágrimas con la fina piel de alguna anguila, que la miraba embobada y, con la cola le hacía alguna pamplina.
            También iba de tiendas y compraba lo que le parecía. Más que nada por pasar el tiempo, porque en aquella época , también el tiempo era su amigo.
            Y de tienda en tienda, un día, algo le llamó la atención. Era una caja de color naranja que tenía pintado un montón de cosas que ella muy bien no entendió.
            La miró, la hojeó y la compró. Y saben lo que había dentro...¡Un secador!. Sí sí, un secador de pelo. Lo llevó para casa, lo montó y lo desmontó. Se rieron de ella lo quisieron, y hasta se rió su amigo el sol, que le decía de un modo muy socarrón:
            _¿Para qué quieres ese trasto?. A ti, siempre te he secado el pelo yo.
            Y era verdad. Lis no tenía secador de pelo, porque se lo secaba y se lo dejaba brillante, su amigo el sol.
            Pero Lis era así, y eso tenía poca solución.
            Al anochecer se iba para casa, abría el portal, miraba el buzón ¡por si acaso!... Triste cogía el ascensor y triste se iba a su cuarto, hasta que su amiga la nube la limpiaba su mal humor. Se asomaba a la ventana y con sus manos, cogía la nube y acariciaba las estrellas, que se dejaban mimar por alguien que era muy especial para ellas.
            Luego llegaban los luceros que ya no tenían sirio en la roca, porque la roca y su playa, se habían quedado lejos, muy lejos, tapados por esa arena que en su día había estado radiante y ahora no era más que eso, un trocito de tierra.
            La sirena se había ido al mar. Y desde allí le mandaba mensajes, mensajes que solo Lis sabía captar, y que se los devolvía con los luceros que por la noche la venían a visitar y en su cola, Lis ataba un pañuelo para su amiga la sirena del mar, por si algún día quería y le hacía algodones con su lindo pelo.
            Lis después se dormía, mecida por las olas que la sirena y el mar le enviaban por medio de los luceros. Y se imaginaba en una ola alta, cerca, muy cerca del cielo, donde estaba la Reina, en un trono de roble ligero, rodeada de rosas, claveles, camelias, jazmines y margaritas cuidadas por un especial jardinero, que le hacía un huequecito a Blas, y desde allí, Blas, su Blas, le decía: ¡Te quiero!. ¡Mucho te quiero!.
            Así pasaba la noche, soñando y oyendo a Blas cantarle ¡cuánto te quiero!. Y cuando llegaba el sol, se despedían los luceros, hasta la noche siguiente, si Lis no reñía, y entonces, hasta se ponían serios los astros del universo.
            Cuando abría los ojos a la mañana, buscaba a Blas, pero Blas se había esfumado. Se lo había llevado un lucero para traérselo otra noche y vivir soñando con otro mensajero.
            Pero si estaba su amigo el sol que le decía radiante:
            _Levanta perezosa. Hace rato ya que te espero. ¿Con quién soñabas?. Tenías en tu cara una sonrisa preciosa.
            Lis se acordaba de ... Y se renegaba, y renegaba de todo lo que había a su alrededor, pero luego se levantaba, se vestía, se peinaba, y el sol le ponía en el pelo un prendedor. Y así, linda y bonita, con su radiante prendedor, salía de mañana algo dormidita a trabajar, y en el bolso llevaba un rayo de su amigo el sol.
            Después volvía ya tarde y otra vez a pasear, y... y otra vez la noche, y otra vez vuelta a empezar.
            Así pasaron muchas horas, muchos días y unos pocos meses. Hasta que harta ya de todas estas tonterías pensó:
            _¿Y por qué no lo llamo por teléfono?. Pueden pasar dos cosas:
            1ª Que no lo coja.
            2ª Que si lo coge, me escuche, pero no quiera saber nada, y me diga que no. ¡Pero que me lo diga a mí!. El asunto es entre él y yo.
            Y ya en el caso más grave, puede ser que no me vuelva a hablar nunca más. Pero para saberlo hay que intentarlo. Prefiero que me lo diga a mí y no a los demás. Y como Blas es tan cabezudo, nunca dará su brazo a torcer y nunca me llamará. Así que lo llamo yo.
            Y dicho y hecho: Iba a coger el teléfono, pero se acordó en un “Plis” de “Ita”, su muñeca. Hacía miles de tiempos que Lis no se acordaba de contarle cosas a su muñeca. La vio allí sentada en la cama, olvidada de todos, como un objeto de adorno, pero que no sirve para nada. La cogió, la acarició, la peinó, le colocó el vestido y al punto la informó de lo que pasaba. Le contó las cosas que le había hecho Blas, las que le había hecho ella a Blas, el lío que tenían entre los dos y también como era Blas. Y cuando ya no quedaba nada que contar, Lis se la quedó mirando, esperando un consejo o algo que le quitara un poco la sal que le había dejado el disgusto, y secara las lágrimas que le enseñaba su espejo, con un mucho de sorna y un poco de gusto.
            En esto, le pareció a Lis que su muñeca hablaba y se apresuró a escuchar:
            _Llámale y no seas tonta. ¿Desde cuando te has parado tú a pensar?. Muchas cosas se pueden arreglar de inmediato, y las otras, el tiempo, vas a ver como las va a cambiar.
            Lis se quedó mirando para su muñeca boquiabierta. Le dio un sonoro beso, la volvió a colocar en la cama, le arregló los almohadones y cogió el teléfono.
            Estaba temblando y agarrada a “Ita”, cuando escuchó la voz de Blas. Casi se cae del susto, pero eso, lo vieron “Ita” y ella y nadie más. Pero también Lis era decidida y pensó:
            _A lo hecho, pecho.
            Y después de los saludos de rigor, arregló como pudo (más bien le obligó) una cita con Blas.
            Al día siguiente se verían donde siempre, como amigos, a discutir un asunto que tenían pendiente.
            Esa noche se acostó tempranito, repasó todo lo que le iba a decir a Blas. Se sabía de memoria un largo escrito que había preparado, hasta con palabras técnicas, que su amigo el sol le había soplado.
            Cuando se convenció de que ya lo sabía, se abrazó a “Ita”, Le prometió que nunca, nunca la volvería a olvidar, le guiñó un ojo a su estrella, la arropó su lucero y tomó posición en su habitación para que no se quedara a oscuras. Porque Lis pensaba que si se quedaba a oscuras la habitación, no podría contar las filadas de estrellas que al cerrar los ojos veía, y que según creía, venían a decirle: ¡Buenas noches y hasta mañana, princesa!.
            Así se durmió y soñó...¿Cuántas cosas soñó Lis aquella noche!. Soñó que paseaba de puntillas por encima del agua de un río y se acababa el agua. Soñó con un prado verde lleno de margaritas que se apartaban a su paso y entrelazaban letras que formaban un camino, y el camino acababa, y las margaritas se iluminaban.
            Soñó con el mar y su sirena, que con su cola, le apartaba las olas, y le mostraba un sendero que acababa en las rocas donde estaba sentado Blas, en una piedra que sujetaban las estrellas y que miraba a un lado y a otro esperando ver a...la más grande, a la más linda y , de todas, todas... a la más bella.
            Y soñó tantas cosas bonitas, que casi no tuvo horas la noche para tanto soñar. Pero es que a Lis, le ayudaban a soñar las nubes y los luceros que cuidaban su noche, su dormir y su descansar; y también el dormir de su querida y linda muñeca.
            Y así llegó la mañana, y prontito se fue el lucero, que la dejó en compañía del sol. Lis abrió los ojos y los volvió a cerrar, se había ido el lucero, pero en la puerta estaba el rayo de sol pidiendo permiso para entrar.
            Estaba adormilada, con su cabeza apoyada en la almohada y su pelo negro, reluciente ondeaba en la nube en la que estaba apoyada.
            Repasaba las cosas que soñó, y de pronto, vio la roca de Blas. Estaba sentado mirando al mar, y le parecía que a alguien esperaba...
            De pronto se dio cuenta. ¡Si ya es de día!. Se enfadó con el despertador que no hacía ruido, con la campana que no sonaba y hasta con el agua que se durmió en el río. Su amigo el sol la consoló, la ayudó a arreglarse, le peino el pelo, le brilló las puntas, le planchó el pantalón, le puso carmín en los labios y le animó el corazón.
            Así dispuesta se fue a trabajar, y mientras trabajaba, pensaba en la tarde que tenía que llegar. Como podría mirar a Blas sin que se le arrugara el ojo, como le podría hablas, y como podría cantarle al oído despacito, sin que le oyera nadie, bajito, muy muy bajito, aquellas sonatas que su amiga la sirena le había preparado, y que le trajo del infinito rincón más profundo del mar.
            Esto último lo deshechó porque se imaginó que Blas no estaría para oir sonatas, pero del todo no lo olvidó. Ya llegaría el día en que oyera cantar, y ese día, ¿llegó...?.
            Así fue pasando el día, casi ni comió. Menos mal que Lis también se alimentaba mirando al mar, Y lo tenía tan cerquita... Sus amigos los luceros le daban el pan, y las nubes le ofrecían una sopa rica, que juntaba a los pececillos del mar y que a Lis le parecía el mejor manjar.
            Hasta el café se lo imaginaba, y dirán ustedes; ¿De dónde lo sacaba?. ¿Se acuerdan de las estrellas que veía Lis?. Bien, pues alborozadas juntaban sus puntas, bailando encima de una porcelana blanca, y el sol con un guiño, calentaba aquella danza, y se la ofrecían a lis, para que su mente quedara limpia, lisa y bien alimentada. ¿Se pueden ustedes imaginar comida mejor preparada?.
            Pero llegó la tarde y con ella Lis dejó de soñar. Se avecinaban horas duras; ¿Cómo saludaba a Blas?. ¿le decía ¡hola! Y ya está?. No le parecía lógico ni mucho menos, pero con el tiempo que llevaba sin verlo, y las tonterías que había hecho, tampoco le parecía prudente ir allí con más remilgos. Y pensando y pensando, llegaron las siete. Se hizo la remolona cuando vio a lo lejos a Blas. Habían quedado cerca de la bahía, y los pies se le enrebujaban y no hacía más que tropezar.
            En su bolso llevaba el rayo del sol, que le ayudaba a caminar y que también se reía porque Lis se iba poniendo roja, cada vez más.
            Y llegó el encuentro, y las cosas fueron más fáciles de lo que pensó. Blas le dio un beso y le dijo: ¿Qué tal?. Lis abrió tres veces los ojos y cuando los iba a cerrar, con el rabillo, vio una cara traviesa, y oyó una risa con un algodón detrás , y se dio cuenta que aquel cambio era obra de la espuma del mar, que detrás de ellos, hacía cosquillas con el agua que llegaba y salpicaba la cara de Blas.
            Más contenta y menos tiesa, se abrazó a Blas y casi sin respirar le contó los malos días pasados, y lo que sus amigos le habían ayudado, y también en cuantas veces había pensado desaparecer e irse a otro pueblo, pero a última hora, siempre tenía a “alguien” que la convencía, la ponía otra vez en el suelo y le explicaba donde estaba y lo que hacía su querer.
            Blas no se extrañó mucho, porque ya conocía a Lis, y también conocía su imaginación, y también sabía que cuando Lis abría su corazón, salían hasta luceros que le acompañaban y hacían el camino de vuelta con él. ¡O al menos, eso era lo que decía Lis!.
            Se cogieron de la mano y pasearon su amor camino arriba de la bahía, y no sabía muy bien si eran sus amigos los luceros, que sonreían, pero miraban el agua, y hasta el agua relucía.
            Lis aprovechó y sacó su amor escondido. Le cantó a Blas sus sentimientos al oído. Escuchó el arrullo del gorrión y se lo enseñó a Blas, y en sus manos lo acunó muy calentito, y con su imaginación voló y juntó su querer y su amor, y así mismo, lo puso delante de Blas, para él a su disposición.
            Blas se estaba acostumbrando a estas manifestaciones, y eso a Lis la tenía algo preocupada. Conocía el modo de pensar de Blas, pero de eso, a que se acostumbrara...
            Juntos llegaron a casa de Lis. La noche había cubierto de estrellas su velo y su manto. La luna se había escondido para no molestar, y una estrella fugaz, pasó embalada delante de la pareja, que al percatarse de su amor, dio marcha atrás, viró y con su cola iluminó la carita de Lis que embobada, miraba a Blas con una sonrisa, y con sus mejillas arreboladas le susurraba un ¡te quiero! al mismo tiempo que se soltaba una lágrima, ¿de dónde?, de la nube que envolvía la ilusión de Lis y de Blas.
            Después se fue a su casa, a cenar, dormir y saltar. A contar su ilusión a su gente,  a sus amigos, los que Lis imaginaba en su ventana, abierta o cerrada, o tras aquel lindo cristal. Cenó y contó su querer a su gente, y luego se encerró en su querido lugar, en aquel lugar donde le esperaban sus amigos, los que la habían, desde pequeñita, enseñado a soñar.
            Lis miró a “Ita”, que le sonreía desde el cojín que le arreglaba todos los días su amita. Le dio un beso y le contó... todo lo que le pasó en su tarde tan especial. A su lado colocó su ropa, con un encargo muy personal:
            _Cuídamela mientras duermo, que hoy tiene el olor y el cariño de Blas.
            “Ita” se quedó atónita. Ella ya cuidaba todos los días la ropa de su amita, ¿por qué aquel encargo?. Se puso a pensar, y pensando y pensando, le pareció que aquel día, la ropa de su amita era muy especial.
            Y no se equivocó. Lis no pensaba ni siquiera lavar la ropa, para que no se le fuera el olor. Ahí si que “Ita” se preocupó.
             Se quitó el prendedor del pelo que le había puesto su amigo el sol y lo dejó en la ventana, por si a la mañana se lo cambiaba por un ruiseñor. Se perfumó, se metió en la cama y soltó el pelo encima de la nube de su almohadón. Al punto acudieron las estrellas para peinar y hacer hilos con su melena, hilos que pasaban por encima del edredón.
            Cuando ya estaba a punto de dormirse y los luceros habían iluminado su rincón, se acordó de algo que le empezó a dar vueltas y que en su cabeza se instaló:
            ¿Por qué aquella tarde no habían hablado de nada del tema que los alejó?
            Como no supo contestarse, se lo preguntó a la nube de su almohadón, que se quedó boquiabierta y empezó a buscar a alguien que le buscara respuesta, y encontró a los luceros alegres en su rincón. A ellos les pasó la pregunta y con un poco de sorna y un mucho de atención, le contestaron:
            _¿por qué buscas respuesta a lo que no tiene contestación?. Si no lo habéis hablado, es para que no perdáis la ilusión. Duérmete y ponte a soñar tu vida, que para cuidarte, estamos nosotros en el rincón.
            Lis abrió la boca, la cerró y no contestó, porque también conocía a sus amigos, y sabía que ahora, tenían razón.
            Así que se durmió tranquila, pensando en quien esa noche le pondría bonita su imaginación.
            Y ¿se imaginan ustedes quienes llegaron en cuanto cerró sus ojos?. Todos sus amigos intentaron limpiar su vida, pusieron bonitos sus ojos, le enseñaron perlas lucidas y apartaron de su camino, todo lo feo, y también los matojos.
            Esa fue una noche feliz, en la que no hubo lugar para malas interpretaciones. Veía a Blas en su soñar, como alguien poderoso, que no era como sus amigos, tampoco se reía como ellos, ni siquiera era tan cariñoso; pero para ella tenía un imán que completaba su vida, y la bajaba a la tierra, cuando la imaginación se iba y se le iba hacia fuera.
            Cuando el sol la despertó por la mañana, Lis veía la vida de otra manera, tenían interés las cosas y otra vez volvía a estar feliz en su mundo, en aquel mundo donde Lis vivía imaginando quimeras.
            Así cerró aquel capítulo de su vida, en el que el tiempo se le antojó largo, largo como una enredadera que no tenía flores, y tampoco servía para recordar, más bien era un trapo arrugado que mal se cortó con una tijera.
            Pero lo arrugado, alguna vez, estuvo liso y bonito y cuando se arruga por alguna causa fue, y esa causa sirve para aprender. Aunque a Lis no sé, no sé... Ella no entendía esas cosas y por eso tampoco entendía mucho, que tuviera algo que aprender.


                                                  UN BRILLO
 


       Después de la marea
       un rayo de luz en el horizonte,
       luz que brilla y recrea,
      subiendo hasta el remonte
     y allá arriba en la cima; besa el monte.

                                                 Lía

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