domingo, 3 de marzo de 2013






CAPÍTULO SEXTO
 



                        El cielo y el mar se unieron
                        y formaron un volcán,
                        y el volcán quedó chiquito
                        al lado del ancho mar.

                                                    Lía













                        Una historia más real
            Esta parte de la historia de Lis que vas a leer, es lo más sosegado que pudo vivir. Por llamar sosegado a algo en su vida.
            Fue un encuentro entre ella y la vida real, en el que se sucedieron los acontecimientos. Acontecimientos del mundo, que no la dejaban pensar y que la traían de un lado para otro, porque decían que había mucho que organizar.
            Iba larga la primavera y el mes de mayo sonaba ya, con sus cantos y sus flores despertaba el alma, incluso del que no quería oir, y por aquel entonces, incluso Blas le mandó un mensaje con el gorrión. O al menos eso le pareció a Lis, que un día se encontró en el buzón una rosa roja, pintada en un papel de color que hablaba del cielo y del mar, y de aquel amor que sentía en su interior y que aunque se separara esa línea, él nunca separaría de su carita, con un beso, su amor.
            A Lis le dio la impresión de que soñaba, o veía visiones, o fantasmas, porque viniendo de Blas, aquello era mucho, pero que mucho telar.
            Abrió los ojos y los cerró, miró para arriba y los bajó. Volvió a mirar y se encontró con una mirada distinta. Era su amigo El Sol , que con una cara divertida la miraba y con sorna, le comentaba:
            _¿no decías que no oía y que no sabía soñar?. Hasta la mente más dura, alguna vez también se puede enamorar.
            Lis nunca tuvo muy claro quien le había mandado aquella nota. Para ella que a Blas se la había soplado la sirena del mar y eso sí, con mucho cariño, se la había dejado.
            Mayo pasó volando y entre pájaros y flores, Lis se apañaba para llevarle a Blas cada día, con un beso, un puñado de ilusiones.
            Sus amigos estaban contentos, los de allá arriba y los de aquí abajo. Los de allá arriba veían a su amiga feliz y alborozada (porque eso sí, Lis no cambiaría nunca nada), Le peinaban el pelo, le pintaban la cara, le brillaban los ojos; el sol daba aliento a su alma y por la noche, la luna y los luceros la arropaban, mientras las nubes se peleaban por poner blandita y hueca su almohada.
            Los pájaros buscaban prendedores, que dejaban en su ventana y las flores le sonreían y con un ramo, su olor le acercaban y le acariciaban.
            Cuando Blas veía por la tarde a Lis, toda ella reflejaba, y con un tropel de sensaciones encontradas, se abrazaban los dos, fuerte, muy fuerte, tanto, que Blas no se soltaba.
            Los amigos de aquí, y sobre todo el amigo del alma, estaban felices de ver como su pareja se iba consolidando. No entendían mucho aquella unión y de vez en cuando preguntaban:
            _¿Seguro que os queréis?. ¿Seguro que todo no va a acabar en nada?.
            Y Lis con un sonoro beso, le decía a Blas:
            _Estos no se enteran de nada.
            De fiesta en fiesta pasaba mayo. Ya el sol le había prometida a Lis que iba a preparar su mar y su playa. Y en aquel rinconcito de siempre, acababan los dos, con el amor reflejado en su mirada.
            En sus días libres y cuando el trabajo ya se acababa, iban a visitar su rincón, allí donde estaba su roca y su amor, que su caracola guardaba.
            Tenía una alfombra de arena, una arena suave, fina y soleada, que marcaba su paseo y con gracía dejaba puestas allí sus pisadas. Y daban largos paseos, ya al atardecer, cuando el sol no quemaba. Cogidos por la cintura y juntas, muy juntas sus manos, Lis veía como se juntaban el cielo y el mar y como el sol en su puesta los abrazaba. Y se lo decía a Blas que un poco más prosaico se dedicaba a “otras cosas” que a mirar al mar, porque tenía delante a su amor, encarnado en una joven e inocente muchacha.
            La sirena del mar, cuando los veía tan enamorados, saltaba y saltaba, dejando una estela de espuma que con su cola brillante, dejaba pegadita a su cara. El sol se negaba a marchar y la luna quería entrar en el espectáculo. Y entre el sol y la luna, Lis y Blas con su amor se columpiaban.
            Lis había hecho en su imaginación un columpio para Blas, con la luna en su espalda. Miles de estrellas sujetaban las cuerdas y ella, muy gentil lo empujaba. Suave, suave como el aire y firme como el viento que en aquella tarea también le ayudaba.
            Para Lis, Blas era algo así como un rey, un rey con corona plateada, sentado en un trono poderoso, con el sol y la luna de capa y espada y con un collar luminoso compuesto por luceros, a los que le ponían colores las hadas.
            Cuando se cansaban de pasear por el rincón de su playa, se sentaban en el hueco de su roca donde a la luz de la luna se miraban, y donde las nubes recogían su última emoción y con un suspiro, se bajaban poniendo hueco su algodón por si un ratito allí ¿descansaban?.
            Después Blas acompañaba a Lis a su casa y otra vez se juraban amor eterno, y a Lis, le parecía que aquello era el cielo y ella un ángel que volaba.
            Y llegaba a casa contenta y saltando. Los suyos la veían feliz y pensaban en aquella niña que ya se les escapaba. Pero sonreían y cuidaban su vivir, aunque de vez en cuando la miraban tristes y desconfiaban.
            Lis nunca entendió por qué la miraban tristes y mucho menos por qué desconfiaban, hasta que pasado el tiempo, el tiempo supo en que consistía aquella desconfianza.
            Después de cenar con su familia, le decía adiós a su padre y con un sonoro beso, un hasta luego a su madre. Se iba a su habitación, arropaba a “ita”, le contaba su ilusión, alguna que otra preocupación (pocas porque en aquella época, Lis casi no tenía preocupaciones) y cuando “Ita” le contestaba, le colocaba su almohadón y le decía con un beso, hasta mañana.
            Luego se metía en su cama, esperaba a su mami que siempre venía a verla, le daba otro beso y despacito y con mimo la arropaba. A Lis entonces le parecía que su habitación era un lindo país, su madre era la reina y ella una princesa de cuento que dormida esperaba el beso de aquel príncipe azul que tenía como capa el sol y como espada la luna, para defender su amor a través de los confines del universo que se juntó con la nada.
            A continuación se dormía, colocaba la cabeza en su almohadón, las nubes enredaban en su pelo, los luceros le cantaban su canción y las estrellas la volaban por paraísos sin fin, hasta que encontraban durmiendo a Blas y entonces, la dejaban a su lado despacito para que le susurrara al oído, bajito, un largo ¡te quiero!, sin molestar.
            Después dejaba a las estrellas cuidando de Blas y ella, a lomos de su alazán volaba libre por el universo saludando a estrellas, luceros, sirenas y algún que otro planeta que le traía mensajes del sol para cuando la luna, de nuevo se fuera.
            Todo esto y más soñaba Lis hasta que despertaba de golpe por la mañana, porque siempre despertaba de golpe. Su amigo el sol lo hacía a traición y ella día tras día, decía que no se lo perdonaba.
            “Ita” (no sé si les dije que “Ita” era el diminutivo de Margarita, que son las flores que adornaban el pensamiento de Lis), también le metía prisas, tenía que ahuecarle su almohadón, atusarla y dejarla colocada. ¿Y lo guapa que su amita la dejaba?.
            El gorrión y el ruiseñor le habían dejado el prendedor en la ventana. Se duchaba con las nubes, el sol le pintaba la cara, las estrellas le ponían un traje brillante, los luceros le brillaban los ojos y una rosa, con el viento, le mandaba su amigo del alma.
            Abría su bolso, lo llenaba de historias viejas y de nuevos cuentos, metía en él su rayo de sol y a trabajar se marchaba, no sin antes darle un beso grande a “Ita” y encargarle que nada de lo que allí había, se estropeara.
            Y así un día y otro día y casi pasaba mayo. Las rosas ya florecían, blancas, rojas y amarillas y las de color salmón, que era el color de su alma. En los jardines olía el azahar y las abejas de rama en rama, probaban aquel néctar sabroso que la naturaleza les ponía delante en forma de una bonita palma.
            Las mariposas dejaban las hojas y con sus vestidos en forma de alas, cruzaban el aire veloces y de vez en cuando, en las mejillas de Lis se posaban.
            Por la orilla del río y en aquel puente tan grande, Lis enseñaba a Blas como eran los tulipanes, como se parecían a un cofre donde guardaban lo que nadie podría nunca, nunca quitarles.
            Lis le decía a Blas:
            _Tú y yo somos algo así como ellos; un cofre cuyo interior nadie podrá destaparlo.
            De todo aquello, Blas entendía lo que quería y el resto lo practicaba, que ante el arrobamiento de Lis, un poco también se asustaba.
            De repente, Blas con más sentido común, bajaba a la tierra y con un beso, le llamaba un ¡tonta! Cariñoso, que Lis le agradecía en el alma.
            Así fue llegando junio y se plantearon la boda, la boda más bonita del año. Cada día era más difícil estar separados. Cada día era más difícil marchar y esperar, para verse, horas y horas interminables.
            Blas no tenía alma de sacrificio y Lis estaba educada en el seno de una familia conservadora, en la que una cosa era imaginar, y otra poner realidad a lo que se imaginaba.
            Cuando Lis hablaba de irse con Blas. Su madre nada decía, pero triste muy triste la miraba. Su padre, cambiaba de tema y cabizbajo se marchaba. Sus hermanos, que en la vida de Lis mucho contaban, se ponían histéricos y era con los que más se cabreaba.
            Así que sin pensarlo mucho más, se plantearon la boda, que en principio iba a ser sencilla, pero que al final tuvo su correspondiente parafernalia.
            Aquel verano, como los anteriores, lo pasaron separados. Lis en su casa con sus gentes y Blas en la suya y como medio de comunicación, las cartas.
            Empezaron a organizar la boda y a Lis se le acabaron los sueños. Ya casi no tenía tiempo, ni de soñar, ni de nada.
            Más de una vez pensó en dejarlo todo y volver a su vida ideal de antes, peo siempre había algo a el mismo Blas, que se lo impedía con alguna llamada o alguna carta, o sus amigos los de allá arriba, que le decían:
            _¡Anda boba!, ¿qué vas a hacer tú sin el Blas de tu alma?.
            Así que otra vez recogía velas y a preparar toda la parafernalia.
            Lis siempre recordará aquel verano en el que preparó su “ajuar”. Mejor dicho, se lo prepararon. Ante ella vio pasar bordados, puntillas y manteles, lencería fina y otras cosas que nunca se imaginó que pudiera tener su hogar. Era como si allí, se hubiera trasladado la feria de Sevilla.
            A su casa llegaron cosas que ella creía que llegaban del cielo, porque nunca había visto antes semejante esmero. En su casa se cosían manteles, sábanas de todas formas y colorines, que luego, no sabía muy bien quien, alguien bordaba con unas flores preciosas y unas letras como las de ella y Blas, quedaban estampadas en la tela con una luz primorosa.
            Lis pensaba que debía ser alguien que estaba cerca del sol, porque ¿cómo si no el sol le prestaba sus hilos?. Pero también vivía con las flores, porque ¿dónde se podían juntar tantos colorines?. Y aquellos bordados: ¿Quién los hacía?.
            Aquel verano, en su casa se afanaban las manos para comprar y coser y vestir su nuevo hogar. Estaba alucinada, no sabía que para irse a vivir con Blas, hicieran falta tantas cosas. Y así poco a poco se fue animando, y un día por la mañana, en su ventana se posó un gorrión que traía una aguja en el pico. Sin decir nada, la miró, puso la aguja entre sus dedos, le hizo un pio pio y voló, voló lejos muy lejos. Lis entendió que aquello era para ella, y con la aguja que le había dejado su amigo el gorrión, cosió algunas cosillas que iba a estrenar el día de su boda con Blas. También hizo “pinitos” con los bordados y con las puntillas, pero esos se le resistían, no quedaban como los demás. Años más tarde sabría de donde salieron aquellos bordados, en realidad. Y claro que estaban hachos cerca del sol y sus hilos, y hasta cerca de más allá. Lo que pasa es que Lis era una ingenua y, sencilla como la que más.
            Un día, mirando un bordado de aquello que parecía una flor de verdad, se imaginó a Blas tapado con él y casi se rió; porque no creía ella que Blas hubiera visto cosa igual, ni siquiera por casualidad.
            Pero se paró a mirar la flor bordada y una especie de imán le levantó la vista, y a otro flor real se fue. Enfrente un clavel le sonreía y con una carita ingenua como la suya, le decía:
            _Ponte a escribirle, mándale una sonrisa y dile que tu amigo el clavel te ayudó. Tú pones el querer y la sonrisa, y yo pongo la miel.
            Y así mismo empezó Lis a soñar y a querer... ¿A quién? ¿Se pueden imaginar...?

                                                    soñar y querer
 

                                  
                                                                        Cuando sientas por tu tierra pasar
        el aire que lleva a su lado el viento,
        piensa que envuelto guarda un sentimiento
       que solo en ti va a poder descansar.

        Ese aire el gorrión te lo va a silbar
        con una sonrisa que suena a cuento,
        que la bordó la flor en un momento
        y se la encargó el clavel al juglar.

       Y para que suene linda y bonita
       y la recojas al amanecer,
      ¿estás viendo lejos una esquinita?.

       El gorrión se puede en ella esconder
      por si entre el clavel y la margarita,
                                                          te arropan con tu sentir de mujer.

            Así pasó el mes de julio entre bordados, flores, familia y amigos. Lis y Blas no se vieron en todo el mes, pero Lis tenía un montón de cartas de Blas que las leía de día y las repasaba de noche. Se las contaba a “Ita”, que orgullosa se ahuecaba en sus encajes. Un día, mejor dicho, una noche, estaba Lis tan ensimismada leyendo su carta a “Ita”, que extendió un brazo para contarle mejor lo que decía Blas, No vio exactamente donde estaba “Ita” y le dio un golpe en una pierna que se la descolocó.
            A Lis casi le da un pasmo cuando vio la pierna de “Ita” colgando. Hasta le pareció que lloraba, y de la pena que le entró, no podía articular palabra. Salió corriendo a buscar a su papi, que era el que con su saber hacer, la sacaba de todos estos “telares”. Su padre la consoló, le puso la pierna a “Ita” en su sitio, y luego Lis se la vendó, le puso por encima otra venda de colorines y le pidió por mil, perdón.
                        Cuando a “Ita” le dejó de doler, Lis siguió leyendo su carta, y hasta le pareció que sonreía. Luego le dio su opinión y Lis le decía:
            _La gente no se fía, pero ¿verdad “Ita” que me quiere un montón?.
            Lis miraba a su muñeca embobada y de pronto le pareció que los ojos de “Ita” se movían y en el hombro le puso su tirabuzón.
            Esa noche Lis durmió con su muñeca, le puso algodón debajo de la pierna, le colocó los tirabuzones y con un beso, le encargó que no se olvidara de Blas, y que si soñaba, le enseñara también a él a soñar.
            El mes de julio volaba y despertando la última semana, tuvo Lis una visita inesperada en un día que en principio era un día como los demás. Allá a lo lejos... ¿Veía o soñaba?. Llegaba el coche de Blas. Lis no daba crédito a lo que veía. Se miró y miró otra vez a lo lejos. Y ya no era tan lejos, porque quien se estaba bajando del coche era Blas.
            En un segundo estaba abrazado a él sin dejarle respirar. Después se vio no muy bonita y un tanto despeinada y se enfadó y se cabreó y hasta se puso colorada.
            Pero Blas le llamó ¡bonita! Y le dijo mil cosas lindas, que hacía un tiempo no escuchaba. Así que, un poco coqueta, trató de arreglarse el pelo y disfrazar como pudo su pantalón y su ya un poco vieja, camiseta.
            La gewnte los veía y se reían. Blas, que era muy comedido, trató de guardar las formas lo que pudo, pero Lis era un torrente y aquel momento, no se lo quitaba a ella ni el mismísimo sol, por mucho que el sol fuera su amigo y estuviera de ella pendiente.
            Blas se quedó unos días y además de él, le traía un regalo. Un regalo con una flor, que Lis escondió en su corazón, que de repente se abrió y con voz emocionada, sus labios casi juntos, así su amor susurraban:


AMOR...
 


                         Ahora se calla el viento
                        y bajito dice mi corazón,
                        úsalo de instrumento,
                        amor de aquel gorrión
                        que quiso cantar lindo; en tu balcón.

            Al día siguiente por la mañana, Blas le dijo a Lis que aquello se tenía que arreglar, que tenían que terminar los viajes y las separaciones, que su amor, ya de una vez, tenían que juntar.
            Lis ya estaba en ello, pero aquello que nunca lo ves llegar y cuando llega, un poco sorprendida dices:
            _Anda, esto no sabía que iba a pasar.
            Y dicho y hecho. Cogieron un calendario y juntitos los dos, empezaron a seleccionar fechas, para aquel día que Lis no llegaba a imaginar (y sería por imaginación), porque nunca pensó que su amor y el de Blas, se iban a juntar de una manera que no fuera material.
            Ella estaba convencida de que a Blas, toda aquella parafernalia le daba igual, pero... Y como siempre hay un pero. Ella no lo tenía tan claro, porque a lo mejor daba igual, pero... La imaginación de Lis tenía muchos peros y, ese, traía a mal traer a Blas.
            Dejaba hacer y decir a Blas, pero no encontraban ninguna fecha que les pareciera ideal, hasta que un mes de aquella página se iluminó y Lis pensó que siendo aquella, no le podía fallar.
            Quedó fijada la fecha y fue la primera vez que Lis oyó decir a Blas aquello de “nos casamos”. Tan raro le sonó, que corrió a contárselo a “Ita” y le pareció que con una sonrisa socarrona se reía de ella. Tan mal le pareció que le quitó el algodón de debajo de la pierna, y entonces “Ita” se quejó (o por lo menos, a Lis se lo pareció). La nube de su almohadón la riñó y Lis se angustió y lloró. Entre las dos la convencieron de que tan bueno era loque pensaba Blas, como lo que pensaba ella, pero también las dos le dijeron:
            _Lis, haz lo que quieras, pero abrevia porque el tiempo pasa y Blas se va a cansar de esperar.
            Cerró los ojos y los volvió a abrir, dejó de llorar y se puso a pensar. ¿Sería verdad?.
            No se paró mas y salió como un torbellino en busca de Blas. Blas estaba mirando a ver por donde se había ido, y averiguando por donde volvería a aparecer, cuando un torbellino de pelo y brazos se le cayó encima. Con un motón de besos y abrazos, Lis le dijo que si eso, podían casarse ya, sin esperar a que se le iluminara otra vez el calendario.
            Blas se sorprendió, un tanto, pero por otro lado, a esas alturas, ya estaba el “pobre” también un tanto acostumbrado.
            Aquella noche se lo comunicaron a la familia de Lis. Y yo creo que algunos respiraron. ¡Por fin! Alguien iba a hacerse cargo de aquel terremoto que les había alegrado la vida, pero que también querían que alguien la cuidara. Al minuto siguiente también alguien se puso triste, porque aunque no del todo (porque del todo nunca se marcharía), pero ya Lis iba a tener otro hogar con unas obligaciones que mucho se temían que nunca se las había imaginado, ¡ni siquiera se las habían enseñado! Con sus dotes de soñar.
            Pero Lis era feliz y eso era lo que importaba. Fue la primera vez que vio a Blas contento con su familia y pensó:;
            _Esto de casarse debe ser algo mágico, porque a lo que antes parecía una tragedia, casi le quitan la parte de lo trágico.
            Y así, entre comida, vino y copas, se pasó la noche.
            A la mañana siguiente se levantó temprano, se pintó demasiado (Lis no estaba acostumbrada a pintarse ella sola) la cara, tanto que el lucero de su rincón se deslumbró, “Ita” le echó una bronca y el algodón de su almohada se la limpió. Cuando ya se empezaba a enfadar llegó su amigo el sol y le dijo:
            _Déjanos a nosotros, que te vamos a pintar y a peinar, y quedarás como el mismo sol.
            Lis se dejó hacer, o al menos eso creía ella y cuando Blas la vio aparecer, a poco se cae del sofocón. Con sus pantalones vaqueros y su blusa de colorines, se puso los zapatos, cogió el bolso (eso si, antes se aseguró de que llevaba en él, un rayo de su sol), le dio un beso fuerte a Blas, se cogió de su brazo y se fueron a comprar. Eso si, antes tuvo que darle un empujoncito a Blas que sin decir ni pio, se había quedado “atascao”.
            Aquel día no compraron noñerías, ni historias ni filosofías de las que le gustaban a Lis. Compraron dos hermosos anillos para sellar su alianza. Eran tan bonitas, y brillaban tanto, que a Lis le parecían un sueño, sueño del que se iba a despertar abrazada a Blas y ya juntos en su nuevo hogar. Se despertó si, pero de golpe, con el pellizco que le dio Blas. ¡No se había enterado de nada, desde que los anillos habían empezado a brillar!.
            Blas las pagó, Lis las miró, las remiró, las metió en una caja, abrió el bolso y le dijo al rayo del sol que las envolviera y las cuidara, ¡no se fueran a rayar!.
            El dueño de la tienda estaba un poco atónito; pero estaban en la tierra de Lis y un poco la conocían ya, y también sabían que viniendo de ella, nada, nada podía considerarse anormal.
            Luego lo fueron a celebrar, y Lis le enseñó a Blas todos los sitios de vinos de su ciudad. ¡Lo que disfrutaba!, de aquellos vinos, y de sus amigos, q los que ella sabía encontrar.
            A Blas ya lo conocían y algunos lo miraban con cierta envidia, y más que le ponía Lis con las carantoñas que le hacía.
            Después del tercer, o, cuarto vino, en un aparte que pudo, Blas cogió a Lis y la desapareció del montón de amigos. La llevó a un sitio mas tranquilo y entre beso y beso, le dijo:
            _Mañana, vas a conocer a mi familia.
            Lis al principio no entendió bien, y volvió a lo suyo, que era el beso que le daba Blas. Pero éste la separó, la sentó en sus rodillas y se lo explicó mejor.
            De repente, a Lis le pareció que se le rompía el suelo y se le caía la cabeza. No entendía, el por qué tenía que ser aquello tan enredoso. De repente también vio que su bolso se abría y una sonrisa grande su rayo le dibujaba.
            Entonces entendió que aquello era verdad y en ese momento adoptó tal seriedad, que hasta Blas se asustó y palabra por palabra empezó a buscar, haber si había dicho algo que estuviera fuera de lugar.
            Cuando Lis vio que no había mas remedio, aceptó la visita, hizo los honores a la familia de Blas, y entre unos y otros zanjaron la cuestión y quedó la boda preparada para cuando Lis y Blas dispusieran, y ese día, sería una fecha memorable y también daría fin y comienzo a una linda ilusión.
            Aquello fue lo que menos le gustó a Lis. Ella no necesitaba que nadie le organizara nada. Solo admitía en su vida a Blas, a sus particulares amigos; a sus otros amigos, los mas reales y los consejos de alguien muy querido para Lis (Lis tenía una persona muy especial , que estuviera cerca o lejos, era su mejor puntal), que lo que le decía, era oro de ley para ella y ni siquiera lo discutía.
            Así se acabó el verano y las vacaciones. Y hubo que volver al trabajo. Esta vez era un trabajo distinto, visto desde un punto de vista diferente, porque aunque ahora empezaban separados, sería por poco tiempo. El tiempo necesario para que las cosas estuvieran a punto, para que la gente se preparara y para que ellos dos empezaran a arreglar su casa. Una casa que ya tenían, pero que la imaginación de Lis tenía que decorarla.
            Era una casa como cualquier otra, pero a Lis se le antojaba bonita y grande, con unas paredes que adornar y con unos rincones en los que se prolongaba la roca que ellos dos tenían allí cerca, y que por tanto también los podía visitar el mar.
            Aquellos días se afanaron en colocar su casa todo lo que su imaginación y el dinero les permitió, y entre cuadro y cuadro, plato y plato y mueble y mueble, Lis escribía lo que su corazón le transmitía.


 
                   EL AMOR............. SOÑABA


                                   Terminaba el ruido al fin
                                   cada cosa a su lugar,

                                   el amor debía soñar
                                   con las flores del jazmín.

                                   Una reina en el jardín
                                   se encargaba de regar,
                                   palitos hay que quitar
                                   y en su lugar, un mimín.

                                   Y como el oro brillaba
                                   todo lo que se veía,
                                   con guirnaldas se adornaba.

                                    Una estrella relucía
                                   y otra que se acurrucaba,
                                   en sus brazos se dormía.
            

                                                                   Lía
           
            

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