viernes, 22 de marzo de 2013

Capítulo Séptimo







                 CAPÍTULO  SÉPTIMO



                                   Cariño y amor unidos
                                   como el tallo al tulipán,
                                   si se rompe alguno de ellos,
                                   ¿qué sería del galán?.

                                   Y ¿quién sería el galán
                                   qué roto amor y cariño,
                                   se atreviera a componer
                                   el querer con solo un guiño?.

                                                                   Lía
















Había que airear la emoción y también el pensamiento, y una idea acariciaba, pero para ponerla en práctica necesitaba un amigo, y ¿quién mejor que su amigo el viento...

            La boda seguía adelante, pero Lis tenía que esparcir un poco la emoción que sentía y en ningún sitio mejor que fuera de su lugar, de su tierra y con su trabajo. Sus compañeros le decían:
            _Estás mas guapa. Se nota que ya está en marcha tu casa. Porque sabían que a ella no le gustaba la famosa palabra de “casarse”.Le gastaban bromas, pero los mas amigos, se daban cuenta de que también era otra, mas seria y mas distinta, pensando también que su amiga nunca se había planteado un tema tan importante y ahora... Claro que tanto pensaron en ello, que llegaron a preocuparse.
            Lis y Blas ajenos a todo esto, seguían paseando su amor por aquellas calles que lo vieron nacer, crecer y acurrucarse.
            Volvió Lis a saludar al agua de aquel río grande, a pasear por encima del puente que iba y volvía de una orilla a la otra, sin ni siquiera tropezarse; a oler aquellas flores de aquellos jardines de los que, a veces, Blas se las cogía prestadas para , suavemente, acariciarla...
            Y un día , allí en uno de esos jardines, Lis entendió porque estaba cambiando. Era su amor y el amor de Blas, que se estaban, digamos acoplando. Allí con aquellas flores y las manos de Blas entre las suyas, juró que nunca se separaría de él. Hasta Blas se asustó del beso tan tierno y suave que le dio y del amor que mas tarde le demostró. A eso si que no estaba acostumbrado Blas, y del susto, casi casi, le da un sofocón.
            A partir de ese día, igual de alegre que antes, pero más madura, se dedicaron a comprar sus trajes. Porque una ceremonia, así como se la habían pintado, merecía un traje especial, tan especial, que Lis dudaba que pudiera encontrarlo. El traje de Blas no fue problema. Blas nunca había tenido un traje así y era muy presumido, pero Lis sabía hacer y convencer, y al final Blas, entre prueba y prueba le decía:
            _¿Está bien así, lindeza?.
            Lis lo miraba de reojo y con una risa un poco nerviosa, le contestaba:
            _Pareces un figurín, pero en la foto vas a estar guapo, requeteguapín.
            Y así entre bromas y más bromas compraron un traje precioso, de un color que armonizaba con la cara de Blas, una camisa, que aunque no lo era, caía como el raso sobre sus hombros, una corbata que estaba llena de líneas donde la música pudiera llamar al arpa que para ellos dos iba a sonar y un cinturón que tenía una hebilla que relucía como el mismísimo sol. Después le llegó el turno al traje de Lis. Ella pensando y pensando en como sería su traje, había pensado, así de pronto, en como sería el traje de su amiga la sirena, que se deslizaba con sus blancos velos por encima del agua y siempre estaba reluciente, brillante y tieso, sin siquiera una gota de agua que lo mojase y lo dejara ajado y sin apresto.
            Miraron tiendas y más tiendas y en ninguna estaba el que ella se había imaginado. Esa noche mientras dormía, sus particulares amigos le dibujaron un vestido largo precioso, sencillo, pero a la vez, muy, pero que muy, glamuroso.
            Tenía que ser blanco como la espuma del mar, brillante como la piel de la sirena, largo largo como su amor por Blas y con un chal radiante que su amigo el sol se encargó de colocar. Tenía que estar envuelto en un encaje que los luceros, esa noche, se encargaron de bordar. En la cabeza, un velo blanco, de tul ilusión, bordeado por una puntilla que las estrellas tejían a toda prisa, poniendo en ella todo su corazón.
            Y ya al final y para que todo estuviera a punto y en su lugar, “Ita” le colocó en la cabeza una ramita de azahar, y con un sonoro beso le dijo:
            -Princesa: ¡Mucha felicidad!.
            En ese momento, Lis despertó, se sentó en su cama, se abrazó a “Ita” y le dijo:
            _¿Dónde encuentro yo semejante festival?.
            Algo le debió de decir “Ita”, porque de repente, salió corriendo, cogió el teléfono, y aún de noche, llamó a Blas, que con voz de sueño y cara de asombro le preguntó... Mas bien le iba a preguntar, porque no le dejó ni hablar, le dio un largo beso al teléfono y antes de que pudiera respirar, se vio saliendo de la cama, para ir a comprar aquel traje que, para ella habían dibujado sus amigos, y entre ellos la sirena del mar.
            Cuando se encontraron, Lis cogió su mano, se pegó materialmente a su costado y empujando un poco a Blas se fueron derechitos a una tienda chiquita, que era justo, justo donde estaba su vestido. En efecto, de una caja blanca y amarilla, la dependienta sacó un largo , blanco y precioso vestido, igualito, igualito que el que a ella le habían dibujado. Ahora tenía que lucir igual de brillante y bonito.
            Lis se lo probó y parecía que estaba hecho a su medida. Le quedaba como un guante. Sin ella pedirlo, la dependienta le puso un velo en la cabeza como el que le hicieron de noche sus amigas las estrellas, y hasta la ramita de azahar que le había regalado “Ita”, se la estaba poniendo, en su muñeca, de pulsera.
            Lis estaba atontada y se preguntaba si aquello sería verdad. Pero de repente, dio la vuelta y vio a Blas que también la miraba embobado. Se acordó que su mami le había dicho que Blas, vestida de novia, en la iglesia, y antes, no más. Así que lo cogió por un brazo y lo echó a la calle sin muchos miramientos y sin derecho a protestar.
            Aquel día compró unas cuantas cosas más, que llevaría a su luna de miel, para que a Blas se le rizara hasta el pelo, igual que se rizan, al salir, las puntillas del clavel.
            Blas esperó paciente en la calle. ¡Qué remedio!, y cuando acabó, salió con su enorme caja debajo del brazo. Se fueron a pasear su amor y su ilusión, que ahora se había materializado en todos esos tules blancos que había escogido su corazón.
            Miró hacia arriba y vio a todos sus amigos haciéndole un guiño, y de pronto entendió quien, o quienes habían dirigido su corazón hacia aquella pequeña tienda.
            Y paseando se hizo de noche, y siguieron paseando por entre las flores del parque, a la orillita del río, por entre las piedras pequeñas del camino. Así llegaron a su rincón, rincón que cada uno debe colocar en su imaginación... y arropados con sus tules blancos, protegidos por las estrellas, brillantes como el traje de la sirena y con la pálida luz de la luna detrás, se juraron amor eterno otra vez, y por primera vez se dijeron aquello que días mas tarde los dos ante un altar repetirían.
            Blas le dijo:
            _Nena, te quiero y te querré toda la vida.
            Y es que Blas era poco imaginativo y poco comunicativo. Pero a Lis ya le pareció una maravilla lo que oyó de su amor querido.
            Lis casi no podía hablar, y por raro que parezca, se quedó sin palabras y hasta se bloqueó su imaginación cuando vio, tan cerca de los suyos, los labios de Blas. Pero aún así, entre susurros acertó a decir:
            Blas, yo voy contigo adonde nos lleve el amor. Si esto es querer, yo te quiero por cientos, un montón.
            ¿Qué hicieron después?. Pues, a partir de aquí cada uno puede poner a funcionar su imaginación, y también cada uno puede pensar en como acabaría esa noche, pero piensen lo que piensen, e imagínense lo que se imaginen, lo cierto es que tuvo un bonito y lindo final.
            A la mañana siguiente, cuando despertó, tenía delante un papel y sentada a su lado, “Ita”, que sostenía en su mano un clavel y que a modo de lápiz se lo ofrecía, para que pidiera expresar en él, lo que en esos momentos su alma sentía.
            Y así empezó Lis:

                   
¡BONITA!!!
 
 


                        Cuando el amor ves llegar
                        Y salta tu corazón,
                        Abre fuerte tu balcón
                        Y adórnalo con azahar.
 
                        Te acuerdas de aquel juglar
                        Cantando con emoción,
                        Eso que hoy es ilusión
                        Mañana será tu hogar.

                        Y para que huela a miel
                        Le pusiste margaritas,
                        Que acariciaban tu piel.

                        A la entrada en tu casita
                        Tu amor te daba un clavel,
                        Con un beso y un ¡bonita!.

            A continuación los días se sucedieron rápidamente. Había que terminarlo todo, mandar las invitaciones y hablar con sus amigos los de aquí, que la verdad, un poco abandonados los tenían.
            Los amigos se pusieron contentos, mas que contentos, estaban radiantes. Su amigo del alma no cabía en si de gozo, y casi casi, se sentía un poco el protagonista de aquella bonita historia que estaba teniendo un final feliz, y en la que él se consideraba el primer palito de amor, de los muchos, muchos que luego había puesto su amiga Lis.
            Lis le contó a su amigo el final. Abrazada a él y casi llorando de alegría recordaron los dos aquel principio, aquella estación del tren y aquel casi panegírico, que su amigo le había hecho de Blas, y que luego resultó ¿tan distinto?.
            Llegados a este punto, solo les quedaba esperar que los días pasaran y llegara  aquel, que Lis se imaginaba limpio, claro y radiante como su amor por Blas; pero por mucho que imaginaba, no sabía como serían aquellos instantes. ¿Tendría momentos el día?, o ¿serían solo instantes?.
            Aquí empezó a aparecer el prosaico dinero. Lis y Blas se estaban quedando sin un real, y les faltaba mucho que hacer, mucho que pagar y mucho que vivir. Pero decidieron que con dinero a sin él, su hogar siempre miraría, como miran los valientes, ¡adelante!.
            También podrían juntar los dos sus reales y quieras que no, así a lo mejor, no parecería tan poco, para tanto arte.
            Aquellos últimos días fueron los más románticos para Lis. De la mano de Blas veía como caían las hojas de los árboles, como el sol daba la vuelta contento, como las nubes cuidaban que su agua no les rozara. Sentía como Blas le decía ¡te quiero!, como el amor había dejado al mundo y había envuelto su hogar con papel de colores, colores brillantes que ponían en los labios de Blas un murmullo y en los ojos de Lis un suspiro que recogió el mar y los puso juntos, para que  la espuma los acunara.
            Un día en uno de esos paseos, una hoja muy amarilla acertó a caer en su zapato. Miró hacia arriba y vio al aire que con cara sonriente, pero con sonrisa un poco socarrona, le decía:
            _Cógela y léela. Es la hoja del árbol de mi sentimiento que a modo de poesía, te la regalamos el viento y yo, con el deseo que te dure toda la vida.
            Lis se agachó, agachó a Blas y entre los dos leyeron (mas bien Lis le leyó a Blas), lo que su amigo el aire les regalaba en aquella poesía.

EL PODER DEL SENTIMIENTO
 



                        El árbol guardó al amor
                        y al poder del sentimiento,
                        y el amor guardó al momento
                        el sentir de árbol y flor.
 
                        Quisieron que fuera olor
                        y sonara igual que un cuento,
                        con todos los pensamientos
                        que tienen árbol y flor.

                        Y al verlos así de unidos
                        vinieron las golondrinas,
                        y un colchón para sus nidos.

                        Les hizo el hada madrina
                        que plasmó el pintor al filo,
                        del aire tras la colina.



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